Pongamos los puntos sobre las íes sobre la adopción

Por Bego, de Much more than I am.

¡Qué difícil es esto de la adopción coñe! Más que llevar una bandeja llena de comida por un cable de funambulista con tacones de aguja, mientras hablas por el móvil con tu jefe en inglés y escuchas a la vez a tu perro ladrando al fondo. Si te caes, te escogorcias, unos puntos y pa’lante.

En la adopción, en cambio, los únicos puntos que valen son los que caen sobre las íes. Las heridas no se terminan de curar y escuecen cada vez que las mojas, cuando cambia el tiempo o te levantas de costado.

¿Qué por qué digo esto? Porque soy madre de una niña mediante la adopción y puedo decir, sin temor a equivocarme, que este acto que suena a cuento de hadas donde hasta las madrastras y los lobos hacen el bien, está plagado de escollos que son cráteres y de chinitas que son más bien pedruscos del tamaño de la catedral de Burgos.

Para empezar hay que pasar tropecientas pruebas que ni para juez oigan, antes de que unos señores muy listos certifiquen que eres apto para adoptar. Primero vas a una charla donde te meten el miedo en el cuerpo para que salgas de allí disimuladamente como si tuvieras una urgencia y no vuelvas. Que si los niños tienen ya una familia, que si hay que esperar un montón, que si tienes que estar casado no sé cuántos años, que si el país puede cerrar de golpe.

Luego te exigen presentar tal cantidad de papeles que piensas que opositar para la CIA debe ser más fácil. Y ahora vete a la iglesia, y al registro civil y a la comisaria y al juzgado. Porque no sé actualmente con esto de la tecnología, pero es hoy, casi 9 años después, y sigo esperando el certificado de nacimiento de mi santo esposo solicitado por internet. Si no es porque nos presentamos allí en carne hueso, nada de nada.

Una vez entregado todo en la ventanilla correspondiente, espera. Espera con paciencia a que te llamen para hacer los cursos obligatorios que más bien son disuasorios. Cada día es como estar dentro de un reality de esos tan de moda. Mezcla entre Supervivientes, Master Chef y Operación Triunfo. Cada semana vas viendo como los “alumnos” se quedan por el camino. Tiran la toalla tras ver y oír las realidades que nunca se habían planteado. Como por ejemplo que a su futuro hijo no lo podrán elegir por catálogo o que puede venir con una enfermedad no diagnosticada. O peor aún, puede ser feo.

Después búscate a un psicólogo y un trabajador social, suéltales 1000 y pico de euros y cuéntales tu vida por fascículos. Esto era como lo que se hacía antes con el cura, sólo que sin secreto de confesión y con tu marido delante. “¿Cuántos novios tuvo usted antes de casarse?” Y ahí me ves a mí, intentando discernir en dos nanosegundos la cantidad adecuada de novios para llegar a ser considerada buena madre, apta para adoptar. “Estooooo, salí con un par de chicos antes de conocer a cari pero nada serio”. Y ves a la señora apuntando en su libreta con cara de esonotelocreesnitú guapa.

Luego ábreles las puertas de tu casa, de par en par, para lo cual necesitas un fin de semana entero de limpieza a prueba de madres de futuras madres adoptivas, osease la mía mamma. Ni pruebas del algodón, ni leches en vinagre. Si mi madre no está contenta con ese suelo, a seguir frotando hasta que salgan ampollas en los dedos. Para que luego llegue el trabajador social y sea un yogurín con el cuarto hecho una leonera y a cuya santa madre le duele la boca de decirle que se haga la cama por las mañanas. Vamos, que a ese le daba igual que en mi suelo se pudiera sopar salsa (¿o era comer sopa?…).

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Antes de terminar el examen, tienes que tomar una de las decisiones que marcarán todo el proceso posterior y tu vida entera ya de paso. El país de procedencia de tu hijo o hija. Una piensa, cuando fantasea con la adopción y todo es chupendilerendi, que eso del país es algo que no se elige. Que tú te ofreces a adoptar en todos los países que te molan y ya está. Que existe un gran ministerio mundial de adopciones, donde asignan a los niños por riguroso orden de llegada de los padres. Donde se crean familias siguiendo rigurosos sistemas de compatibilidad y nada queda al azar o la casualidad. Ja. Pues estaba yo lista. Menos mal que lo tenía más o menos claro y sólo tuve, tuvimos, que decidir entre dos. Y gracias a que elegimos el país que elegimos. Si hubiéramos elegido el otro, ahora seríamos una familia de tres con perro, pues mi segunda hija jamás hubiera llegado.

Cuando ya crees tenerlo todo, vuelves a esperar. Esta vez a que llegue LA CARTA, la del certificado de idoneidad. Y mientras busca una agencia de intermediación de adopción internacional. A todo esto, no pensamos en la adopción nacional porque entonces era muy complicado, sin embargo hoy día dicen que es al revés.

Y llega LA CARTA y te sientes súper feliz, lo celebras con champán y bla bla bla, pero enseguida se te pasa la euforia cuando te dicen en la agencia que tienes que presentar otra ristra de papeles de flipar pepinillos. El mejor método de adelgazamiento que he probado, ir de ventanilla en ventanilla pidiendo certificados, lástima de DNI electrónico.

Y ya. Lo tienes todo. Y entonces…espera…espera…espera…espera…espera…espera… Y así, dependiendo del país, de tu edad, la del niño, el año en que empezaste el proceso y de las elecciones, desastres naturales, olimpiadas y demás historias que puedan ocurrir, tu hijo o hija vendrá antes, después o nunca.

Si tienes la enorme suerte de recibir un día LA LLAMADA, como la tuve yo, y te asignen a una niña o niño, entonces deberás pasar por el calvario del juicio. Ese momento en que un juez debe certificar que tú eres la madre y el padre es el padre de esa criatura para siempre jamás. Un juicio donde la familia biológica, si la hay, debe renunciar antes a su hijo o hija, alegando los motivos que sean. Es jodido saber que esos motivos son, la mayoría de las veces, económicos. Aunque hay otros muchos: enfermedad, violación, embarazo no deseado, etc. Hoy día este juicio se celebra en Etiopía en dos partes, una a la que acude la familia de origen y otra a la que va la familia adoptiva.

Después recibes LA SEGUNDA LLAMADA, en la que te cuentan cómo ha ido el susodicho juicio. Si todo ha ido bien, el niño es tuyo y puedes ir a recogerle al país (“ah, ¿no te lo mandan a casa?, pensaba yo que sí, fíjate”). Si algo ha ido mal, el juicio puede volver a repetirse o bien no celebrarse más. La familia puede haber reclamado al niño o puede faltar un papel. Qué sé yo. El verano pasado dos parejas españolas estuvieron atrapadas en Etiopía durante meses por un problema con los papeles cuando ya les habían entregado a los niños. Finalmente se los quitaron, y tuvieron que volverse sin ellos y con el corazón hecho pedazos.

Qué difícil es llegar a ese momento, esta vez sí, de película, en el que tu familia y amigos te esperan en el aeropuerto y tú llegas junto a tu marido y tu niña, preciosa ella, muerta de cansancio pero más ancha que larga de felicidad, de felicidad y de todos los cacahuetes comidos en múltiples ataques de ansiedad pre y post juicio.

Y ya está, colorín colorado este cuento se ha acabado.

Se ha acabado el cuento y entonces comienza la vida real. Lo que es la adopción en realidad. Porque si llegar hasta aquí no ha sido tarea sencilla, seguir desde aquí se presenta como un triple salto mortal hacia atrás sin red y desde una altura neoyorkina.

Ponte a lidiar ahora con el color de la piel, los comentarios en la calle, las preguntas de la gente, los profesores que no te entienden, los silencios. Y, sobre todo, intenta mantener el tipo cuando ella pregunta, a voz en grito y los ojos llenos de lágrimas, que por qué la dejaron y por qué ella no puede vivir en Etiopía, con su madre y su padre negros. O que ella quiere ser blanca y tener el pelo liso para moverlo, porque en el cole le dicen que es así porque no se lava, y que es fea porque parece un chico.

Después, cuando se le pasa ese momento de rabia y dolor, ese instante en el que estalla casi literalmente, te abraza, te besa y te dice que eres su mejor madre, que no quiere irse nunca de casa y que si le das un poco de chocolate porque se ha portado bien en clase o le lees de nuevo el cuento del Capitán Jamón.

Entonces te das cuenta de que toda esta maratón sin fin ha merecido la pena, la merece y merecerá por los siglos de los siglos.

Colaboraciones MMM

Este post ha sido escrito por una colaboradora puntual de Mujeres y Madres Magazine. Aquí os damos voz para que la vuestra llegue lejos.
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8 comentarios

  1. Efectivamente. La gente se centra mucho en toooodo lo que hay que mover para conseguir adoptar, y en general todo ese proceso está “bien visto” socialmente (por decirlo mal y pronto).

    Pero lo verdaderamente duro viene después. Y no, la sociedad no lo suele entender.

    Está bien reivindicarlo de vez en cuando.

  2. Me ha emocionado! Duro, agotador. Pero con un final por el que merece la pena el camino

  3. Nunca me parecerá bien todas esas trabas y papeles que hay para conseguir una adopción. Ole por no rendidos y por vuestra familia.

  4. Bego, los pelos como escarpias a leer nuevamente de otra forma vuestra historia.
    Un abrazo enorme

  5. Lloró de emoción y de pena porque es así duro y bonito a la vez,eres una valiente y una buenisima madre

  6. Bego, me has hecho llorar.
    Tu escrito transmite un montón de emociones… ¿y qué más se puede pedir que una vida emocionante? Deseo de corazón que podáis salvar todas las dificultades que apuntas juntos.
    Tu nena es fuerte y especial. ¡Será(es) una mujer valiente y carismática!
    Ojo que dentro de nada te dejan pequeña ¿eh?
    Un besote a las nenas y un fuerte abrazo para ti. 🙂

  7. Ay que casi me pongo a llorar!
    Una vez estaba en el parque con los niños y al oírme hablar español se me acercó una chica, me dijo que era de Madrid y que había venido a adoptar un niño búlgaro. Estaba en esa etapa de incertidumbre de no saber si se lo iban a dar o no, casi al borde de las lágrimas.

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