El acoso sexual ya no es tabú: hablemos de ello con #Amítambién

Hace un par de semanas comenzaron a llegarme a través de las redes sociales testimonios de mujeres que denunciaban haber sufrido reiteradamente y a lo largo de toda su vida situaciones de acoso sexual o de abuso sexual. Algunas lo hacían en sus muros de Facebook, solo para sus amigos, otras en público desde su propio perfil, en el de otros o en Twitter. Y todas ellas tenían un mismo hashatag #Amítambién.

Buceando un poco por internet, en seguida supe que aunque el acoso sexual haya cobrado protagonismo y se haya vuelto a “poner de moda” contar nuestro testimonio en las redes sociales, en realidad se trata de una campaña de la maravillosa Leticia Dolera, una de las actrices españolas más comprometidas con la causa feminista, que se puso en marcha en febrero de este mismo año.

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Entrecomillo lo de “ponerse de moda” porque si algo caracteriza el acoso y el abuso sexual es su universalidad: se da entre todas las etnias, clases sociales, lugares y edades del mundo. Se dio en el pasado y se da en el presente, en lugares pobres desde el punto de vista económico y también en las potencias mundiales; se da entre gente sin recursos económicos y también entre los perfiles de personas más elitistas.

Quizá lo que se está poniendo de moda, y ya va siendo hora, es que la víctima deje de sentirse avergonzada y cuente sus “malos tragos” como un ejemplo de resiliencia y como un modo de concienciar tanto a hombres como a mujeres. Esto último es muy importante, porque no nos olvidemos que las mujeres, no solo tenemos un papel desgraciadamente “pasivo” en cuanto a este tema, en la medida en que nosotras, y especialmente las madres, tenemos un papel vital en la educación sin género de nuestros hijos y en la prevención de los abusos sexuales, algo de lo que ya hablamos aquí con notable éxito entre nuestras lectoras.

Lo que está claro es que se nos eriza la piel cuando en determinados momentos, como el resurgimiento de la campaña #Amítambién en redes, tomamos conciencia de la magnitud del problema. Cuando vemos a nuestras amigas que diariamente nos hablan de sus cosas del día a día, sus preocupaciones y desvelos, sus luchas… De repente, cuando las leemos así, contando su vivencia, las vemos desde “su otra cara”, la menos conocida, la que las convierte en mis heroínas. Las mujeres “normales”, que aman a sus parejas, a sus hijos, a sus amigos, pero que pierden el aliento contando relatos de micromachismos, de acoso callejero, de acoso sexual laboral o incluso de abusos sexuales.

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Sin embargo, y a pesar de lo útil que me parece la visibilización del acoso sexual para tomar conciencia de su desgraciado arraigo en nuestra sociedad, hay algo que echo de menos sistemáticamente en ese tipo de acciones, y es la presencia de ellos, de los hombres. Parecen no tener nada que decir.

Ante ese “hueco” de la mitad de la sociedad ante nuestros testimonios solo podemos pensar dos cosas: o bien nos acompañan desde ese silencio compasivo que tanto nos cabrea tan masculino o bien el silencio es el de quien se siente culpable o cómplice de nuestro dolor, de nuestro miedo, de nuestros complejos. Porque no lo olvidemos, el acoso sexual responde a un patrón de poder: quien se siente legitimado para violentar a una mujer sexualmente es porque se siente más fuerte que ella y/o se siente respaldado por la sociedad, por el resto de “la manada”.

¿Dónde están los #Yotambién que den sentido a nuestros #Amítambién?

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¿Dónde están esos hombres que en algún momento de su vida han sobado a una mujer en el metro o en el autobús, la han acorralado en el wc de una discoteca o en un concierto, le han dicho alguna grosería al verla pasar? ¿Dónde se escoden todos esos valientes que cuando un amigo suyo se propasa con una mujer le ríen la gracia o le dan palmaditas de admiración en la espalda? También queremos que ellos salgan a la luz, tanto los amigos compasivos que nos entienden como los que han sido culpables o cómplices a lo largo de su vida pero ahora han alcanzado un nuevo nivel de conciencia (¡bonus track!) Ambos son nuestra esperanza, la que da sentido a la conciencia feminista. Respecto de los que siguen pensando que somos sus trozos de carne… Mejor lo dejamos para otro día.

El sexo es divertido. No es la línea editorial de esta revista la mojigatería (nos conocéis de sobra y podría poner aquí enlaces de muestra para aburrir o “a cascoporro”, como dice nuestra Sara). Pero hay una palabra clave que es la llave maestra de toda interacción o relación sexual: el consentimiento. El juego tiene que ser divertido para ambos o no es un juego. Si no hay consentimiento, estamos ante un acosador y ante una víctima. Dos roles bien diferenciados que debemos saber distinguir a la perfección, revista el acoso la gravedad que revista. La víctima nunca puede ser culpable o la estaremos revictimizando.

No tengamos miedo a denunciar cualquier situación de acoso. Dejemos que se abra debate, que se conozca, que se discuta sobre ello. Preparemos a nuestros hijos para respetar el cuerpo de los demás por encima de todas las cosas. Preparemos a nuestras hijas para saber decir no. Y que nadie nos haga callar la boca. Nunca. Que gritar #Amítambién no sea bajo ningún concepto tabú.

Fuente: Unsplash

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1 comentario

  1. Pues sí, vayamos hablando ya con nuestros hijos. El otro día me contaban mi hija y un par de amigas suyas que un niño del cole (dos cursos mayor que ellas, el niño está en 5º, 10 años) había tocado el culo a algunas niñas. Pero no tocar el culo o dar una nalgada, peor. Meter los dedos entre las nalgas, como apretando el ojete. A mí eso me escandalizó, ellas se reían. Me puse seria y les expliqué que no deben dejarse hacer eso, que lo que hace ese niño está mal, que si lo vuelven a ver haciendo eso tienen que avisar a alguna profesora. Con mi hijalo he hablado ya en otras ocasiones, pero habrá que seguir porque de momento les daba risa, a ellas y a ellos, los amigos del niño en cuestión.

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