Recuerdos de verano

Hace solo dos días que oficialmente entramos en el otoño y ya estamos añorando el verano… Quizás por eso, nos negamos a decirle adiós del todo tan pronto y nos aferramos a nuestros mejores recuerdos. El verano es verano siempre. El calor, la luz, los días de descanso, romper con la rutina y esa retahíla de cosas que solo podemos hacer de junio a septiembre lo convierten en una época del año especial, aunque nunca tanto como cuando somos pequeños/jóvenes. Esta semana leímos este post de los padres frikerizos sobre los recuerdos del verano y fue absolutamente imposible no abrir el baúl de los recuerdos para que el equipo de Mujeres y Madres Magazine diese rienda suelta a toda la nostalgia acumulada.

Las bicicletas son para el verano (Sara)

Bicicleta

Mis recuerdos de verano están definitivamente unidos a las bicicletas. Cuando éramos niñas nos pasábamos la vida yendo de un lado a otro con ellas, como si fuésemos la reencarnación de verano azul. No gritamos nunca Chanquete ha muerto porque nos juntábamos con gente de nuestra edad y tal… Uno de mis recuerdos preferidos era cuando una vez o dos en el verano hacíamos una excursión a un sitio que estaba fuera del camping. Nos tirábamos tres horas preparando la salida, el avituallamiento, la ropa, todo, para luego llegar, tocar chufa y en media hora estar de vuelta. Era realmente cómico. Claro que básicamente íbamos a una piscifactoria enana y con muy poco glamour. Pero recuerdo toda la preparación como algo muy divertido, ¡como si estuviéramos de verdad yéndonos a la Cochinchina!

Vacaciones Santillana (Let)

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Si tengo un recuerdo claro y común a todas mis vacaciones son los cuadernos de Vacaciones Santillana. ¿Los conocéis? Son esos que se supone que repasan lo estudiado en el curso. Cada jornada comenzaba con una sesión de ejercicios al unísono con mi hermana tras el desayuno. Estoy segura de que no nos los mandaron todos los años pero que mi madre nos los prescribía cual doctora para mantener cierta rutina en los días sin horas del verano y asegurarse así de que estábamos ocupadas un ratito… ¡y sin liarla!. Recuerdo, también, que me resultaban muy fáciles y los acababa siempre demasiado pronto, creándome ansiedad por tener otro. ¡Qué ingenuidad la mía, de cabeza en la rueda desde tan pequeña!

Las 24 horas de frontón (Pilar)

tenis

En mi urbanización todos los años se celebraba una especie de campeonato de andar por casa de frontenis que duraba exactamente 24 horas.

El frontón era el deporte de moda donde yo veraneaba, así que todos participábamos encantados. Por eso y porque era la única noche que podíamos estar toda la noche sin dormir y ver el amanecer desde la orilla de la playa.

Recuerdo que siempre te tocaba algún partido de madrugada en el que terminabas sudando, te bañabas en la piscina o en el mar  y después te quedabas congelado como un pollo ¡pero qué bien lo pasábamos!

Libertad (Merak)

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“En la playa, solo puedes meterte en el agua hasta la cintura”. Esa fue la única restricción de obligado cumplimiento que rigió los cuatro veranos que pasé en el pueblo de mi adolescencia. Por lo demás, no tenía que dar cuentas a nadie. Entraba, salía y con tal de que respetase los horarios y dijese a dónde iba, la libertad era absoluta… O no tanto, pues lógicamente tenía unas tareas domésticas mínimas -hacer mi cama y pasar el aspirador- que hacer antes de salir de casa, unos horarios muy estrictos en cuanto al cumplimiento pero siempre revisables y, en el fondo, de alguna manera, mis padres siempre estaban informados de todos los movimientos. Por eso tiene todavía más mérito que, a pesar de ese control, mi percepción fuese de libertad absoluta.

Vivir entre primos (María Jardón)

literas

Soy hija única así que estaba suspirando porque llegaran los veranos para vivir, literalmente, entre primos. La mitad del verano me la pasaba con unos y la otra mitad con los otros. Éramos doce niños más algún “infiltrado” ya que, era raro el verano que alguno de nosotros no llevaba un amigo. Así que imaginaros lo que podía ser esa casa, siempre había con quien jugar. Los turnos de baño, de cenas, …todo era una locura. Lo más divertido eran las noches, en mi habitación solíamos dormir cinco o seis, aunque hemos llegado a dormir bastantes más en épocas de fiestas. Eso, para alguien que estaba acostumbrada a vivir sola no tenía precio. Hay muchas cosas que echo de menos de mis veranos de niña pero sin duda, si tengo que elegir una entre todas es esa, compartir los días y las noches con mis primos.

Subcampeonas en el concurso de playbacks (Patch)

concurso de playbacks

Desde que nací hasta que cumplí los dieciséis años pasé todos mis veranos en el pueblo. Hubo algunos más aburridos que otros (¿para qué os lo voy a negar?) pero siempre recordaré los dos años en los que participamos en el concurso de playbacks con canciones inefables como Enamorada del novio de mi amiga o Samba de Janeiro. Nuestro modus operandi consistía en grabar la actuación del programa de Moreno de los sábados, verla despacito en casa de una amiga y luego ensayar, ensayar y ensayar, ¿quién dijo que la fama era sencilla?

Aunque lo mío nunca ha sido el baile (se me da mejor expresarme por escrito que bailando) he de admitir que lo disfruté mucho. Y aunque los premios no superaban las 10.000 pesetas a repartir en un grupo de ocho, nos encantó saborear la gloria del showbusiness.

Estar continuamente mojada (Verónica Trimadre)

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Soy consciente, suena fatal -o requetebién, según se mire- y más viniendo de “la rombitos” de la Magazine, pero dadme la oportunidad de explicarme. Y es que si cierro los ojos y viajo a los veranos de mi infancia y adolescencia me veo mojada #todoelrato.

Por aquel entonces vivía en un pueblo turístico del mediterráneo y mi rutina estaba pasada por agua. Me levantaba empapada de sudor, así que para empezar el día la ducha era obligada. Pasaba la mañana en la playa, con familia o amigos y no salía del mar hasta ver mis dedos convertidos en uvas pasas. Después de comer, guardando las dos largas horas de digestión (esas “cosas de madres”), nos metíamos en la piscina y no salíamos hasta la hora de cenar. Para acabar el día, me duchaba otra vez y me iba con mis amigos de bares. Qué decir de lo que allí ocurría… Horas y horas bailando en locales abarrotados de gente y a cuarenta grados… No quedaba ni un milímetro de nuestro cuerpo seco.

Todavía me pregunto cómo en aquella época de mi vida no me salieron escamas.

Esa minipiscina (Núria)

a ellas les parece enorme, oye
… pero a ellas les parece enorme, oye

Después de empaparnos con Vero, si miro atrás pensando en mis veranos infantiles, me viene a la memoria una piscina. Una piscina de obra pequeña que cavó, impermeabilizó, construyó, revocó y pintó mi abuelo con sus manitas y su cuñado Silverio.

La piscina era más bien escasa, comparada con la del vecino. Básicamente, las dimensiones se concretaron en una conversación durante los trabajos de excavación a pico y pala, tal que así:

“Mira, Salva, que yo estoy ya eslomao… Pa las nenas, ya estará bien así, ¿no?”

Y así estuvo bien, oye, hasta que las nenas pegaron el estirón un par de años más tarde… 🙂
Me da mucha ternura pensar en el esfuerzo enorme que hicieron por contentar a dos crías. Probablemente, fue un reto de machitos del que se arrepintieron. Sudaron bien la camiseta imperio pero nos alegraron un par de veranos. Pronto cubríamos el largo en dos brazadas y todavía siento el sabor de la pastilla de cloro pero… ¡Qué nostalgia de veranos eternos!

Todo el día al aire libre (Lydia)

recuerdo-verano-aire-libre

En verano no había tiempo para estar en casa. Ya fuera en la ciudad en la piscina, en la playa de camping o en el pueblo, en casa no pasábamos más de 2 horas y las de dormir. Viviendo como María rodeada de primos y familia, jugando y refrescándonos en la piscina. Un olor que siempre me recuerda a esos veranos es el de pino húmedo. Estábamos siempre en una zona arbolada de la piscina y era el olor de cuando llegábamos por la mañana, el césped recién regado, o de esas tormentas de verano en las que nos refugiábamos debajo de los pinos (muy mal hecho).

Creo que no hubo mejor forma de pasar los veranos, hasta que me entró “la tontera” adolescente y los planes fueron cambiando.

Los campamentos (Ruth)

campamento verano

De lo mejor de mis veranos. Los amigos que hacíamos, los primeros idilios, las miles de aventuras… Los campamentos eran libertad, independencia, autonomía. Lo de menos era el tipo de campamento, todo nos parecía bien. Que tocaba campamento de inglés, pues cuatro semanas mejor que tres. Si era de náuticas, nos daba igual el pantano (es lo que tiene ser una chica de interior). Durante el año nos carteábamos con amigos del campamento de verano. ¡Y quedábamos para el verano siguiente! “¿Tú repites?. ¡Sí, yo también!” Aquel verano que empalmé 3 campamentos fue de los mejores…

Espero con ilusión que mis hijas quieran ir (aunque luego no me cuenten na de na).

¿Y tú qué recuerdos tienes de los veranos de tu infancia?

Fotos: Pixabay

Equipo MMM

Las chicas de la redacción de Mujeres y Madres Magazine contando sus cosas. Nos gusta compartir lo que pensamos.

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2 comentarios

  1. Recuerdo que de muy chica mis veranos eran un poco aburridos salvo los días que pasaba con mis abuelos e iba algún primo. Pero nada que ver a los veranos que pasaba en un pueblecito de Burgos con las hijas de mi primo que tenían mi edad más o menos. Toooodo el verano alli, yendo en bici o andando por algún camino que a saber donde iría. Haciendonos una “cabaña” para tener nuestro escondite del verano.
    Para una niña de la capital aquello era la gloria jejeje

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