Y tú… ¿viajas o haces turismo?

Intuitivamente, siempre he tenido claro que son categorías bien distintas. Hoy lo voy a intentar verbalizar. Ea, todos mis prejuicios sobre el teclado.

Disclaimer: Partamos de la base que todos podemos haber caído en hacer lo uno o lo otro. Que nadie se me mosquee que yo quiero ser viajera pero confieso haber pecado de turista en más de una ocasión 😉

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A la hora de hacer el equipaje…

… el viajero lleva un par de mudas. Lo justo. Sabe que para subir colinas cuanto más pequeño sea el fardo mejor. Lo lleva todo sobre su espalda y tiene que limitar el peso. Nunca, jamás, llevará un secador de pelo. El turista lleva sus cosas sobre ruedecitas y factura su equipaje, así que el peso de su bolsa lo determinará el límite de facturación… Osea que nos podemos plantar tranquilamente en 23 kilos. Aquí unos tips para minimizar equipaje.

A la hora de pasear…

… el turista sigue su guía de turno a rajatabla y va poniendo crucecitas a las atracciones visitadas. El viajero lleva una libreta en blanco para tomar nota. Apunta direcciones útiles que ha investigado con anterioridad o que va descubriendo por el camino, teléfonos, nombres, dibuja croquis…

A la hora de comunicarse…

… el viajero se hace una chuleta con vocabulario básico de supervivencia.
El turista se burla (vale, no todos, algunos) imitando los sonidos que oye a su alrededor. Se burla de lenguas que no entiende (y jamás entenderá) sin darse cuenta de que su estupidez es visible a los demás, que sí han aprendido la suya.

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A la hora de interiorizar lo visto…

… el viajero respeta y aprende, el turista es despectivo y prepotente. El viajero busca tesoros, aventuras gente nueva y diferente, quiere abrir sus miras. El turista mira a su alrededor señalando todo lo que le parece extraño. Todo lo que no es “normal”.
El viajero usa. El turista, a menudo, abusa.

El viajero observa, se hace preguntas se cuestiona su propia realidad. Toma el viaje como una oportunidad para replantearse sus valores, para crecer. Observa la cara de las personas, intenta leer sus pensamientos, entender qué los mueve. El turista se fija en su ropa y sus zapatos.

Para el viajero, el viaje es parte de la vida. Para el turista es tan solo un paréntesis, que no modifica sus hábitos, ni sus creencias.

A la hora de comer…

… el turista busca desesperado un McDonalds o lo que sea, que no le resulte desconocido. El viajero se arriesga con platos, por sorpresa, picantes Busca la cerveza local y descarta bebidas edulcoradas porque sabe que, más allá del azúcar, el agua y la tierra generan sabores diferentes, únicos en cada latitud. No le teme a la sorpresa. El viajero se meterá en un tugurio repleto de aborígenes y señalará con el dedo algo en el menú, con la esperanza de hacer un descubrimiento. Convierte el almuerzo en otra aventura y, a menudo, acierta. Al turista ni la Fanta le sabe igual que en casa. El viajero realiza hallazgos alucinantes que anotará en su diario de viaje y luego recomendará a otros. El turista comprará las guías que el viajero escriba 😉

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A la hora de moverse…

… el turista busca visitas guiadas, viaja en autocar y teme salirse del camino indicado. El viajero se pierde por la ciudad, se orienta con el sol y se deja guiar por los residentes locales con señas y dibujos, si es preciso. El turista es temeroso. El viajero confiado, deja el sendero a un lado para orinar en un campo de minas.

A la hora de tocar…

… un turista hace saltar las alarmas de los museos porque se acerca demasiado al cuadro pretendiendo estudiarlo. En Verona, le tocará la teta a Julieta porque es lo que toca, aún sin entender muy bien por qué lo hace. Lo hará y se sacará la foto de turno, idéntica a otras miles en Instagram. El viajero, con su cámara, busca encuadres únicos. Respeta las indicaciones, huye de la muchedumbre. El viajero huye del turista y odia ser confundido con uno de ellos.

A la hora de dormir…

… el turista reserva hoteles antes de salir de casa. No va a correr riesgos innecesarios. Suele tener grandes expectativas. Luego dirá que el hotel dejaba un poco que desear.
El viajero sale de casa a la aventura. Parará en algún sitio todavía sin determinar. Visitará a algún conocido, pernoctará en una improvisada posada, en una cueva soterrada y, si tiene suerte, hará algún amigo por el camino que lo alojará de buen grado. Sabe que en un sitio u otro podrá reposar. No necesita lujos. La emoción de la sorpresa y el hallazgo son mucho más excitantes que la seguridad de una reserva.

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A la hora de desplazarse…

… el viajero viaja en autobús de línea, en canoa, en un ciclomotor que transporta a tres personas, en un camión con otros veinte en una carretera llena de baches y con las piernas llenas de moratones. Descubre perlas, se cuela en bodas balinesas, en funerales que siguen rituales ancestrales. Sin saber muy bien cómo, se descubre inmerso en festividades locales. Al turista le han dicho que el show empieza a las 20:00 h. en el bungalow número tres y se retira para acicalarse y reposar. Ya le vale. Ya tiene plan. Para qué buscar más.

A la hora de bañarse…

… mientras el turista se unta con calma las piernas con su crema hidratante habitual tras una ducha reparadora en el hotel, el viajero se baña en lagunas de color que rellenan cráteres de volcanes adormecidos, se ducha bajo una cascada de agua helada, en un río con dos palmos de agua y sin jabón. 🙂

El viajero tiene la piel reseca y probablemente vello en las piernas pero no envidia absolutamente a nadie en este mundo, porque acaba de tocar el cielo. Lo único que necesita es un plato de arroz con un huevo frito antes de acostarse, muy probablemente, bajo un cielo estrellado.

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A la hora de irse…

…. el turista se va. En realidad, en silencio, ya se alegra de volver a casa. Donde reconoce el olor de las sábanas. Ya empieza a estar hasta las narices de tierra extraña. Quiere volver a su entorno conocido. El viajero puede sentir de repente un arrebato, la necesidad urgente de alargar su estancia, de revisitar esa ciudad o de quedarse a vivir ahí. No es racional. Es una sensación. Una corazonada. El viajero se mueve por corazonadas.

La vuelta a casa…

… el turista enseña sus fotos hasta el aburrimiento: ochenta planos de lo mismo, imágenes medio borrosas, sin interés. Las archiva, como mucho enmarca una, la cuelga en el recibidor y vuelve a lo suyo. Las vacaciones ya terminaron y está de vuelta en casa. La vida real le llama. Para el viajero, el viaje es su vida real. Y, después del último periplo, ya no es el que había sido hasta entonces. Eso, si logró regresar a casa.

Y tú… ¿Lograrás regresar a casa esta vez?

Claro que sí, regresa, pero permite que tus vivencias veraniegas te conmuevan. Que formen parte de tu vida y te modifiquen. Al fin y al cabo, la vida es viaje y, queramos o no, viajeros somos.

Fotos: Wikimedia Commons

Nuria Puig

Mi nombre es Nuria pero, donde vivo, tienden a llamarme Julia. He tirado la toalla y, si me llamas Julia, también me giraré. He trabajado en construcción y en educación pero lo que hace que me olvide de comer y de beber es: escribir. Voy por la vida con Gorro y a lo Loco

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27 comentarios

  1. Yo creo que te llena muuuucho más ser viajero que turista, que después de un viaje no seas el mismo y que ese viaje se quede en tu corazón de por vida, eso es una sensación indescriptible, la mejor. Me ha encantado el post!

    1. ¡Me alegra mucho que te haya gustado!
      Me parece que tú sí que eres de las que se quedaron por ahí 😉
      y, efectivamente, iba más por ahí… iba de interiorizar vivencias y permitir que nos modifiquen o, por lo menos, que nos dejen indiferentes. ¡Gracias!

  2. Qué quereis, siendo un blog de majeres y madres me gustaría ver a cualquiera con tres niños siendo la clase de viajero que describís aqui. Y se puede hacer turismo sin ser maleducado, egocéntrico y superficial, Evidentemente hay terminos intermedios que permiten viajar en familia y disfrutar, sin ser un turista como el que se describe aqui, pero desde luego no un viajero que va improvisando porque con niños pequeños eso es dificil.

    1. Totalmente d acuerdo contigo

    2. Precisamente por eso, Cristina, porque es un blog de mujeres y de madres, donde queremos que reine la pluralidad. Para poder elegir en cuál de los miles de matices intermedios queremos situarnos dependiendo del humor, las posibilidades y el grado de riesgo admisible en cada ocasión.

      No todas hacemos las cosas igual pero no pasa nada. Entiendo perfectamente lo que dices de los niños. Yo también tengo tres y está claro que hay que amoldarse a sus ritmos.

      Y, por supuesto, que no todos los turistas son maleducados, egocéntricos ni superficiales… solo los del extremo caricaturizado. De igual modo que no todos los viajeros se mudan a vivir a cada país que visitan y, probablemente, tampoco orinen en campos de minas (aunque eso todavía no lo han desmentido) 😉

  3. Que ganas tengo de ser viajera de nuevo. Aun son muy peques pero ganaremos en experiencias todos. Es lo mejor viajar y conocer por libre.tu post me ha traído muy buenos recuerdos.

    1. Me alegro Lydia!!
      Está claro que hay muchas maneras de hacer las cosas y, sobretodo, muchos momentos vitales diferentes y deseos diversos… a mí también me ha generado cierta nostalgia 😉 Con niños o sin ellos, el viaje continúa.

  4. Soy una mezcla de los dos.
    Me encanta probar la comida del lugar, intentar hablar su lengua y no “necesito” ver todo lo de la Guía de turismo, pero reconozco que mi maleta siempre es grande y me encanta dormir en una camita de hotel 🙂 y también me alegro SIEMPRE de volver a casa jaja

    1. Pues como todas, Pilar!
      que dependiendo del momento y de la alineación planetaria oscilamos en algún punto entre los dos extremos que he intentado caricaturizar.
      🙂
      Volver a casa es de las cosas más bonitas que hay.

  5. Existe el término viajerista? Pues hala, me lo invento si no. Tengo mucho de viajera, por las ganas de aprender, de abrir la mente, de enriquecerme y conocer, de evitar las multitudes cuando es posible y no tocar las obras de arte. Pero tengo tb de turista que prefiere la comodidad de una cama y que se siente bien llegando a casa, a pesar de quedarte con un trocito dentro de lo vivido.

    Besitos

    1. Pues no se si existe, Bego… pero nos lo inventamos ipso-facto porque suena muy práctico. ¡Me encanta!

      Gracias por hacerme ver con cariño, elegancia y humor que mi exposición tal vez ha sido un pelín extremista. Ni con disclaimer lo salvo esto, oye 😉

    2. Bego, me apropio del término con tu permiso, espero. ¡Soy viajerista!
      Nuria, siempre he deseado ser una viajera pero hay una cosa que es superior a mis fuerzas: no puedo ir a ningún sitio sin saber dónde voy a dormir. Juro que me produce sudores fríos, escalofríos y calambres ignorar dónde voy a aposentar mi culo para pasar la noche. No necesito hoteles cinco estrellas (aunque tampoco voy a decir que no si me lo ofrecen) ni extras ni nada de eso, me conformo con un catre pero NECESITO saber dónde me está esperando. Debe ser un trauma infantil o algo.

  6. Mi querida Nuria:

    a mí me encantaría ser viajera… pero soy turista. De hecho, me he dado cuenta de que soy carne de todo incluido. Adoro el tumboning al pie de la piscina, sin tener que preocuparme de nada, sin pensar en dónde o qué voy a comer, directamente sin pensar.
    No he llegado a ser viajera nunca porque como alguien que ambas conocemos diría soy burguesa.
    He leído Come, reza, ama y creo que ahora mismo estoy en el punto de Italia. Quizá llegue al de Tailandia en algún momento.
    Besote.

    1. ¡¡Has hecho esa tumbona muy apetecible!!
      Vete pidiéndome un Martini, que vengo a contarte mis momentos turísticos estelares!

      Por cierto, que también es posible viajar sobre una tumbona… Sólo se necesita un buen libro.
      😉

  7. Aquí otra viajerista. Lo siento pero yo no puedo viajar con dos mudas, una mochila a cuestas y sin saber dónde dormiremos. Llevo mi maletita de ruedas con un montón de por si acasos (en eso tengo que mejorar, lo sé) y con mi reserva de hotel. Pero a partir de ahí me organizo yo el viaje, me muevo cómo quiero, pruebo la gastronomía local, aprendo palabras del idioma, me gusta ver otras formas de vivir y en general todo lo que has ido diciendo del viajero. Así que sí: yo también soy viajerista.
    Al hilo de la teta de Giulietta, en Roma había una cola terrible para hacerse la foto metiendo la mano en la Bocca della Verità, así que pasamos, metimos la cabeza por las rejas y la vimos. Ya. Y entramos en la iglesia de Santa Maria in Cosmedin (la Bocca está en el porche de la iglesia, aclaro para quien no lo conozca) y nos quedamos con la boca abierta con la iglesia más preciosa de todas las que vimos en Roma. Lamentablemente, poca gente, después de la cola y de la foto de rigor, llegaba a entrar en la iglesia…

    1. Yo metí la mano en la boca y como íbamos tres, mientras una hacía cola las otras dos visitan la iglesia que, efectivamente, es una maravilla. ¿Eso puntúa algo?

    2. ¿Y no es maravillosa esa sensación de haber hecho un descubrimiento que la mayoría parece haberse perdido?
      ¡Por supuesto que puntúa y mucho! Jajaja… Está bien trazar un plan a modo de directriz pero a mi me parece que, a menudo, las cosas más chulas pasan cuando te lo saltas. Cuando te entregas al imprevisto… 😉

  8. Nuria,
    Yo no soy madre 😉
    Y me acabas de hundir las vacaciones. Pensaba que era viajero, pero con la familia sólo puedo ser turista…
    Claro que debe ser por eso por lo que me intento escapar de vez en cuando a hacer fotos “de autista”, y por lo que intento viajar solo con la empresa…
    De mayor intentaré ser un viajero de nuevo. A ver si soy yo quien escribe esas guías.
    Alberto

  9. Jaajajaja! Siento haberte “hundido” las vacaciones… Si te consuela, mi proeza veraniega ha sido superar dos semanas de gran hermano familiar.
    ¡No me cabe la menor duda que escribirás esas guías!
    Y sí, volveremos a viajar como antaño! Que todo llega y todo pasa. 🙂

  10. Yo tengo el 50% de cada uno. A mi me gusta ir a mi aire, perderme, dormir donde toque. Pero a la vez, si lo tengo todo planificado, tampoco me importa.
    Pero me ha gustado lo de que un turista busca un mcdonals desesperadamente, porque mi marido siempre me dice que cuando viajemos fuera, siempre tenemos que ir a un mcdonals y probar allí la comida, que siempre es diferente y para él eso ya es como ser viajero, porque no creo que se atreviera a comer ciertas cosas.
    Sí que es verdad que desde que estoy con él, más turista que viajero, pero siendo respetuoso, me he acomodado más. Pero siempre le tiro hacia el lado oscuro y algo hacemos, porque qué es si no un viaje que el poder sentir y vivir experiencias nuevas. Ahora con la peque es algo más complicado (y también por la falta de curro del papi), pero siempre hablamos de que en unos pocos años, viajaremos por miles de sitios, enseñando a la peque a amar el mundo que le rodea y a conocer todo lo que le puede enseñar.

    Saludos

    1. Oh! Mami Reciente, ¡gracias por este maravilloso comentario!!
      Gracias por aportar todos estos matices.

      Como tú, tampoco puedo hacer todo lo que quisiera (o hice en otras épocas) pero estoy convencida que podré desquitarme.
      Todo llega, todo pasa… y, en realidad, más allá de la provocación de este post, hay tantas maneras de disfrutar del mundo, como personas. Así que… ¡machando un Cheese Burger para el caballero! 😉

      saludos!

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