Del ardiente asfalto a los bosques urbanos: soluciones urgentes y reales ante el impacto mortal que tienen las olas de calor en nuestras vidas (y cada vez más)

Vivimos en una nueva realidad climática en la que las olas de calor dejan de ser episodios ocasionales para convertirse en una amenaza casi permanente, especialmente en las grandes y medianas ciudades y una amenaza no solo cada vez más real sino cada vez más letal que nos afecta a todas.

Podemos hablar de las sandalias más cómodas o los vestidos más fresquitos para el verano, podemos recomendar las cafeterías donde refrescarnos o los destinos más confortables pero no por eso debemos olvidarnos del problema que tenemos en casa si vivimos en una ciudad mediana o grande, que es donde vivimos la mayor parte de la población en este país. 

Porque digan lo que digan los terraplanistas, los negacionistas o los interesados, lo que es evidente es que las olas de calor han llegado para quedarse y sus impactos son ya visibles tanto en la salud pública como en la vida cotidiana de quienes habitamos las ciudades. La ciencia y la experiencia internacional aportan soluciones concretas y viables que no es que podamos poner en marcha, es que deberíamos estar poniendo en marcha desde hace tiempo.

Desde reverdecer las ciudades a cambiar materiales urbanos o transformar y adaptar los edificios. Afrontar el reto es cuestión de voluntad, voluntad política y también voluntad social, porque el tiempo apremia. La ciudad del futuro será climáticamente resiliente o no será.

Olas de calor que anuncian el tsunami

La emergencia es clara: según ha sido la última ola de calor del verano 2025, los especialistas confirman que las urbes europeas y, entre ellas, las españolas, no están preparadas para resistir temperaturas tan elevadas de forma sostenida. 

El cambio climático ha triplicado la mortalidad asociada a estos episodios en ciudades como Barcelona o Madrid, y las previsiones científicas coinciden en que el riesgo irá en aumento en los próximos años.

En los últimos 50 años, las olas de calor han adelantado progresivamente su comienzo al mes de junio y han aumentado en número de días, una tendencia que se ha acelerado en la última década. Las cifras son elocuentes: durante los diez días de la reciente ola de calor, en Madrid murieron 108 personas y 98 de esas muertes se atribuyen directamente al cambio climático. Barcelona encabeza el trágico ranking europeo con 286 fallecidos, seguida de París, Londres y Roma.

No son solo casos aislados: un análisis publicado en julio de 2025 estima unas 2,300 muertes en solo 12 ciudades europeas durante episodios extremadamente cálidos, y la causa directa en más de la mitad es el cambio climático antropogénico.

Estos no son datos lejanos ni anecdóticos. Las olas de calor, según estudios recientes, han incrementado la mortalidad por calor en las ciudades europeas en torno a un 20% y cada año su impacto amenaza con dispararse. Especialmente vulnerables son los mayores de 65 años, que representan el 88% de las muertes en olas de calor. Pero los expertos advierten: el verdadero enemigo es la suma de condiciones crónicas, fragilidad y viviendas inadecuadas para resistir el calor extremo.

La ciudad del futuro será climáticamente resiliente o no será, con lo que eso implica y significa para nuestras vidas. Compartir en X

Olas de calor en las ciudades: una tendencia irreversible… salvo que actuemos ya

Lo que ocurre en las ciudades es un fenómeno bien documentado: las urbes concentran superficies de asfalto y hormigón que absorben el calor durante el día y lo devuelven por la noche, generando lo que se conoce como “isla de calor urbana”. Comparadas con sus alrededores, las ciudades pueden registrar temperaturas nocturnas hasta 4°C superiores, lo que dificulta el descanso y agota la capacidad de recuperación de los organismos más frágiles

El riesgo no se distribuye igual en toda la población urbana. Los hogares con menos recursos, con peor aislamiento o ubicados en barrios más densamente urbanizados soportan la peor parte. Así lo evidencia la investigación de la Universidad de Queensland: existe un mayor riesgo de muerte entre quienes tienen menor renta, menor acceso a servicios de salud, enfermedades crónicas o viven en viviendas de mala calidad. Este patrón se observa en grandes ciudades de Europa, Australia o Estados Unidos y plantea un reto de equidad y justicia climática.

Ante este escenario, gobiernos y expertos coinciden en que la adaptación ya no es opcional, sino urgente y estructural. “Las ciudades no están preparadas para convivir con olas de calor permanentes, pero esta situación es reversible”, sostiene José Luis Esteban Penelas, catedrático de Arquitectura de la Universidad Europea de Madrid.

¿Cómo? Transformando el urbanismo tradicional por un modelo resiliente al calor extremo.

1. Transformar la ciudad en un bosque urbano

La propuesta más ambiciosa y, al mismo tiempo, más refrendada por la ciencia es incrementar drásticamente la vegetación urbana. No basta con plantar árboles de forma aislada, sino que la vegetación debe ser parte estructural de la trama urbana: azoteas convertidas en jardines, fachadas reverdecidas, corredores ecológicos y parques conectados. Aumentar en un 30% la vegetación en las ciudades de Europa podría evitar más de 2,600 muertes anuales asociadas a olas de calor, según un estudio publicado en The Lancet. Además, los árboles y plantas filtran la contaminación, regulan la humedad y mejoran la biodiversidad urbana.

2. Nuevos materiales y una revolución en el espacio público

El asfalto y otros materiales oscuros, omnipresentes en aceras y calles, actúan como auténticas trampas de calor. Sustituirlos por pavimentos menos irradiantes, como el granito o la piedra caliza, puede reducir la acumulación térmica, siguiendo modelos tradicionales que se demostraron eficaces durante siglos. Ciudades como Los Ángeles han experimentado ya con asfalto de color claro, logrando disminuir la temperatura del pavimento en varios grados. Los tejados verdes o blancos, la instalación de fuentes, sistemas de pulverización y la creación de más espacios públicos sombreados son otras estrategias efectivas y replicables.

3. Renovar edificios para un clima extremo

La mayoría de viviendas y edificios no están diseñados para soportar veranos extremos. Es fundamental mejorar los aislamientos, cambiar materiales y reconfigurar fachadas para reducir la acumulación de calor y favorecer la ventilación cruzada. Tecnologías como cristales inteligentes que generan sombra, toldos móviles o sistemas de refrigeración pasivos pueden ayudar a mantener frescos los interiores sin un uso intensivo del aire acondicionado.

Los expertos insisten y coinciden en que la adaptación de las ciudades a las futuras olas de calor, funcionará realmente si es estructural y no meramente estética. Hay que tomárselo en serio. Compartir en X

Bajar la temperatura de la ciudad es posible

Algunas urbes llevan ventaja en este camino de adaptación: París ha multiplicado los “bosques urbanos” y los tejados verdes, Boston y Phoenix experimentan con pavimentos reflectantes y Nueva York lleva más de una década pintando tejados de blanco para mitigar el efecto isla de calor

En España, hay ciudades que sí están ampliando las zonas verdes y promoviendo la creación de refugios climáticos públicos, se han puesto en marcha en distintas ciudades, centros climatizados a los que se ha bautizado como “refgios climáticos” para que la población pueda acudir en los días de calor extremo y se están conectando plazas y parques a modo de ejes verdes que vertebran la ciudad.

En una parte de la población, quizás la más reacia a los cambios por lo que sea, existe la percepción errónea de que adaptar la ciudad al clima exigirá sacrificios estéticos o un modo de vida menos atractivo. Nada más lejos de la realidad, según Penelas: “Un diseño más climático es también un diseño más bello. Los paseos sombreados, los espacios para sentarse o refrescarse y los corredores verdes hacen las ciudades más amables y vivibles”.

Lo que es cierto es que los cambios también implican repensar los horarios, la movilidad y los hábitos urbanos: priorizar el transporte público, adaptar los horarios de trabajo y actividad al ritmo térmico del día y recuperar usos tradicionales, como la siesta y la vida en la calle pero bajo sombra.

Porque la adaptación de las ciudades para que no nos maten las próximas olas de calor, requiere que los gobiernos locales y autonómicos prioricen la reforma urbana con criterios climáticos, dirijan inversiones a proyectos verdes y regulaciones más estrictas para el diseño de edificios y espacios públicos, pero también hay un papel para la ciudadanía que es el de reclamar más y mejores espacios verdes, implicarse en la transformación de su barrio y adaptar sus rutinas a la nueva realidad térmica, elegir gobiernos que se impliquen y exigirles que esa implicación por hacer las ciudades habitables sea real y eficaz.

Los expertos insisten en que la adaptación funcionará si es estructural, no cosmética, y si se entiende como una oportunidad de transformar la ciudad en un espacio más justo, saludable y resiliente. No afrontar el reto significará naturalizar la muerte por calor, sobre todo entre los más vulnerables.

Pilar Fonseca

Primero fui mujer, después periodista, luego esposa y ahora además de todo eso madre. Esto último me obligó a reorganizar todo lo anterior.
Me gusta escribir y comunicar.
Disfruto con un buen libro, una buena película, una buena serie, un buen viaje y una buena charla con amigos.
Podría alimentarme sólo de queso y chocolate acompañados de un buen vino, una que es mujer de gustos sencillos.

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