Athleisure, o cómo la moda deportiva invadió las calles

Un cuarto de siglo atrás, en mi no tan lejana adolescencia, el colmo del -todavía no definido como tal- chonismo era eso de utilizar chándal y tacones. No es que fuéramos it girls precisamente, pero no había mayor afrenta a la moda que tal combinación. Recuerdo a una conocida -no daré más datos-, tan guapa como hortera, que era la encarnación viva de que chándal y tacones eran el mal supremo reencarnado en la tierra y a la que siempre poníamos de ejemplo de cómo perder el glamour de forma natural. Ahora resulta que no, que aquella buena mujer era una visionaria del athleisure y nosotras unas auténticas palurdas. ¿Cómo? ¿Que a ti lo del athleisure te suena a chino? ¡Pero si probablemente eres una fan devota!

Haz un balance mental. ¿Tienes más de dos pares de zapatillas de deporte en el armario a pesar de que no has pisado un gimnasio ni te has echado una carrera en los últimos diez años? ¿Son -precisamente- esas zapatillas (a las que probablemente te refieras como sneakers) tu calzado habitual durante la mayor parte de la semana? ¿Has dejado de ponerte tacón cuando vas de fiesta? ¿Has comprado al menos dos sudaderas en el último año? ¿Tienes leggins y te los pones fuera de casa y del gimnasio? ¿Le haces ojitos a las gorras deportivas? En función de las veces que hayas contestado “sí” diagnostico que, en mayor o menor medida, tú también eres una víctima del athleisure

Pero ¿qué es eso del athleisure?

No te amargues si nunca has oído tal término, que siendo sinceras es una palabreja para iniciadas en eso de la moda. Tirando de etimología y de las clases de latín de tercero de BUP os cuento que es un término nacido de la unión de las palabras “athletic” (atlético) y “leisure” (ocio) y es, precisamente, lo que estáis deduciendo: combinar lo atlético entendido como deportivo y el ocio. 

Esto, aplicado a la moda, nos lleva a la reinvención de una estética deportiva que no renuncia a la moda y al estilo. O lo que es lo mismo, vestirte con ropa cómoda pero hacerlo con gusto y elegancia. 

Para encontrar su origen debemos remontarnos al 2014. El CEO de Nike, Mark Parker, anticipando la tendencia del mercado, vaticinaba que los leggins serían el nuevo denim. Poco después, Beyoncé lanzó una colección sport para Topshop, Rihanna lo hizo para Puma y, desde entonces, la bola no ha hecho más que crecer.

Las celebridades cayeron rendidas a eso de enfundarse un chándal, unos tacones y lucir divinas y el resto de las mortales, más incluso que a ese efecto “imitación”, lo hicimos a la comodidad de abandonar las encorsetadas reglas no escritas de la “etiqueta” en espacios como el trabajo o el ocio con amigos. Porque eso de que no sea necesario sudar la gota gorda a base de carreras para enfundarte una cómoda sudadera o unas zapatillas de deporte; o meterse en unos pantalones que no te corten la respiración convence a cualquiera. Y ¡mujer! si encima lo puedes hacer convencida de que no estás atentando contra unas mínimas normas de estilo… ¡mejor que mejor!

athleisure

Como la pescadilla que se muerde la cola, el athleisure invadió las calles y las marcas, desde las más prestigiosas a las low cost, nos bombardearon con propuestas de todo tipo, a cada cual más rompedora con los estándares estilísticos que manejábamos: primero las zapatillas deportivas, después las sudaderas, los leggins, los pantalones de jogging, las mochilas, las gorras, los plumas, los chándals y, para confirmar que esto no tiene vuelta atrás…, ¡las mallas de ciclista!

Athleisure sí, pero sin pasarse

Hay modas en las que puedes llegar a caer incluso aunque al principio te pareciese poco probable hacerlo y otras a las que no puedes más que rebelarte: “por ahí no paso”. Hace un par de semanas comprobé con espanto que las propuestas más rompedoras para esta temporada nos enfundarán en mallas de ciclista. Sí, esas cortas, de licra y colores imposibles que desde mi punto de vista nunca deberían abandonar el pelotón.

Bella Hadid se plantó así la primavera pasada en Cannes y ahí están ahora las marcas top metiéndonoslas por los ojos. A ver… a mí me cuesta, pero no seré yo quien juzgue a la atrevida que se vaya así a la tienda. Porque señores de la industria de la moda: NO TODO VALE. Déjennos conservar un mínimo de dignidad, por favor. Dijimos no a los zapatos peludos y yo, desde aquí, digo no también a los culotes ciclistas.

Porque, ¿dónde está la medida de lo estéticamente aceptable y de lo “lo siento nena, de aquí para el polígono”? Como en otros muchos ámbitos de la vida, la mesura y el equilibrio es la clave. Y es que no se trata de vestirte como si fueses al gimnasio y aparecer en la oficina, sino de mezclar, en su justísima medida, prendas deportivas con detalles que, en conjunto, de a tu estilo un aire más chic. 

Y ahí es donde a algunas acaba viéndosenos el plumero. No porque la mesura no sea lo nuestro, sino porque cuando tenemos que tomar la iniciativa, acabamos cagándola. Por eso, para qué arriesgar tanto. Si eres de las mías, los experimentos con gaseosa: sudaderas, zapatillas deportivas y camisetas de algodón… SI; mallas ciclistas, leggins y tacones, gorras beisboleras… NO.

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María L. Fernández

Soy María Fernández. Mujer, madre, amante, amiga y periodista en permanente propiedad conmutativa. No sé vivir sin contar historias. Las mías, las tuyas, las de los demás. Nunca sabrás si voy o vengo, pero cuando te hablo ten la seguridad de que lo hago de forma honesta, porque no sé hacerlo de otra manera.

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