Pon una científica en tu aula #enclase11F

Con seis años mi hija sentenció que quería ser ingeniera. Antes había querido ser profesora, bailarina, veterinaria y no sé cuantas cosas más… pero eso de ser ingeniera le resultó especialmente peculiar a todo el mundo. Sinceramente creo que ni ella misma sabía lo que significaba aquello. Ella solo quería dedicarse a diseñar máquinas de mayor y alguien le debió de decir que eso era cosa de ingenieros. Durante meses estuvimos con aquella copla que a todos les sonaba tan graciosA. Que su hermana pretendiese ser bióloga tatuadora, que aspirasen a montar juntas un zoo de unicornios o que viese factible combinar el trabajo de profesora con el de bailarina, animadora, disk-jockey y diseñadora de moda -todo a la vez- no hacía pestañear a nadie, pero ¿ingeniera? ¿en serio? Eso sí era raro.

#enclase11F

Ya veis. En esas estamos. Vamos camino de consumir dos décadas del siglo XXI y nos vanagloriamos de que las mujeres hayamos conquistado esferas de la vida pública, social, cultural o profesional que hasta hace bien poco estaban vedadas para nosotras y, sin embargo, quedan demasiados cotos en los que nuestra presencia sigue viéndose, cuando menos, como peculiar. El ámbito de la educación y las áreas científicas y sobre todo técnicas, sigue siendo uno de ellos.

En España, más de la mitad de las universitarias son mujeres, un porcentaje que va progresívamente en aumento. Por el contrario, solo entre el 25 y el 30 % de ellas cursa estudios técnicos de ingeniería o vinculados a las ciencias físicas. En los primeros, de hecho, su presencia sigue siendo residual e incluso está en retroceso. No es algo nuevo, pero sí es curioso que siga siendo uno de los pocos bastiones académicos que se nos resiste.

#enclase11F
Proporción de hombres y mujeres en la carrera investigadora de Ciencia y Tecnología

Lo que me resulta realmente demoledor es que, si tiramos del hilo, hallaremos que la tendencia no obedece tanto a una cuestión de roles profesionales, de considerar ciertas profesiones más o menos adecuadas para que las desempeñen las mujeres; sino de un problema de desafección hacia esas materias educativas. Con quince años, solo el 7% de las chicas quieren desempeñar profesiones técnicas; lo que supone un tercio de las preferencias de sus compañeros varones.

No se trata tanto de un “no quiero” como de un “no puedo”. Aunque os resulte increíble y aunque no exista fundamento para ello, las estudiantes de secundaria se consideran menos hábiles que sus compañeros varones cuando de matemáticas, geometría, física o química se trata… Un estereotipo de género sobre la capacidad intelectual enraizada en la más tierna infancia.

Un estudio de las universidades de Nueva York, Illinois y Princeton, cuyos resultados se publicaron este mismo año en la revista Science apuntaba que desde los seis años las niñas se creen menos brillantes que los niños y que ello acaba condicionando y modelando sus aspiraciones profesionales.

Rosalind Franklin

El razonamiento es simple. Las niñas se ven menos inteligentes, por lo que, directamente, rehúsan profesiones socialmente vinculadas con la brillantez intelectual, como la ingeniería o la carrera científica. Para profundizar en ello os recomiendo este artículo acerca de la brecha de género en el mundo académico, que redunda en esa correspondencia entre el talento natural y el género y entre el primero y el desempeño de ciertos ámbitos intelectuales.

Revertir esta tendencia pasa, primero, por reivindicar el valor del trabajo, el esfuerzo y la dedicación por encima del “genio” en la consecución del éxito; pero también por actuar en esa etapa formativa en la que la brecha se origina para contrarrestar los argumentos.

Amanda-Weltman

Hace meses os hablaba en este mismo espacio del Efecto Matilda, término acuñado para explicar una situación social en la que las mujeres científicas reciben menos crédito y reconocimiento que el que les correspondería a tenor de un examen objetivo de su trabajo. Entonces os explicaba de la necesidad de ofrecerle a todas ellas una equiparación salarial con sus colegas varones pero, sobre todo, otorgarles reconocimiento, motivación y visibilidad.

Ahora de lo que se trata es de ir un paso más allá y de convertirlas, además, en referentes, en ejemplos fehacientes para que todas esas niñas y jóvenes destierren ese sesgo intelectual que sobre ellas pesa. En esa tarea se ha afanado la iniciativa 11 de Febrero, compuesta por hombres y mujeres directamente relacionados con el ámbito de la investigación, docencia y divulgación científica que aspiran a cerrar la brecha de género que existe en este ámbito a través de actividades y materiales que conmemoren el “Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia en España”, que se celebra en esa fecha.

Talleres, exposiciones, charlas, concursos… la lista de actividades propuestas para este 2018 es amplia y está todavía en expansión. Ellos ponen la iniciativa, la voluntad y los medios, pero la sociedad debe recoger el testigo. Por eso, como mujer, como madre, quizás como político o periodista, puedes contribuir a su propósito divulgando sus propuestas. Haciéndolas llegar a cualquier esfera en la que pueda tener repercusión. Una biblioteca, cualquier asociación cultural, un espacio de formación y, sobre todo, los centros educativos. A su disposición ponen infinidad de ideas y recursos para poner en valor la figura de la mujer en la ciencia. En redes sociales podéis encontrar todo ello bajo el hashtag #enclase11F

Hasta el 15 de noviembre, además, tendrán la posibilidad de solicitar que una de estas científicas tome la palabra para impartir una charla en coles y centros de educación secundaria.

Parece que para el 11 de febrero queda todavía mucho, pero no es una cuestión de tiempo, plazos o días. Es un empeño que debe ser continuo y constante. Debemos luchar para que nuestras hijas sean lo que quieran, pero sobre todo para que ellas mismas no se pongan límites.

Imagenes: shutterstock, 11 de Febrero

María L. Fernández

Soy María Fernández. Mujer, madre, amante, amiga y periodista en permanente propiedad conmutativa. No sé vivir sin contar historias. Las mías, las tuyas, las de los demás. Nunca sabrás si voy o vengo, pero cuando te hablo ten la seguridad de que lo hago de forma honesta, porque no sé hacerlo de otra manera.

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