“Y el año que viene ya al instituto, ¿no?” Nadie se puede imaginar la de veces que me han dicho esta frase en los últimos meses… ¡y lo que me queda! El próximo septiembre mi hija mayor comienza nuevo ciclo -¡Primero de la ESO ya!- y he de confesar que por más que quiera evitarlo, un sinfín de temores me acechan.
Cambio de centro
Hay muchos centros en los que es posible completar toda la etapa académica de Educación Infantil a Bachillerato, pero la mayoría de colegios públicos -al menos en mi ciudad- están especializados en un único ciclo. Así que nos toca cambiar de ciclo, pero también nos toca cambiar de centro. Si el inicio de la guardería es un hito en la vida familiar y el paso al cole es otro de los momentos claves… ni os podéis imaginar lo que puede impresionar pensar que tus hijos van ¡al Instituto!
Porque, inevitablemente, cuando pensamos en Instituto lo hacemos desde nuestra perspectiva de antaño y nos ponemos en nuestros 14 años y en todas las libertades que suponía la nueva etapa. En su momento yo era más pragmática y ni pestañeé con la reforma educativa que juntaba a niños de 11 con adultos de 18 en las mismas aulas, al fin y al cabo, estaban todas en las mismas… Pero ahora que me toca a mí afrontarlo con mi hija no puedo evitar verla demasiado pequeña para ello.
Es cierto que en muchos Institutos los mantienen separados, al menos a los de ESO y a los de Bachillerato, y salen a los recreos a distintas horas. Pero ¡da igual! me sigue pareciendo que la franja de edad en la que conviven es demasiado amplia y los “momentos vitales” muy diferentes.
Cambio de amigos
En el Instituto es todo a lo grande, sobre todo si vienes de un colegio pequeño, como es el caso de mi hija, con poco más de 200 alumnos y en el que nos conocemos todos. Hay niños que, aunque no estén en su clase los he visto “nacer” como quien dice. Ni que decir tiene que, salvo contadas excepciones, lleva con al menos 20 de sus compañeros desde el primer curso de infantil. Sé de qué pie cojea cada uno, han hecho piña a lo largo de este tiempo y más o menos sabes hasta dónde pueden llegar los problemas.
Yo sé que ampliar los horizontes es bueno y hacer nuevas amistades también, pero como madre también me preocupa que se junte a compañías poco recomendables y no saber darme cuenta a tiempo.
Control
Bien es cierto que la libertad que nosotros teníamos en el instituto poco tiene que ver con la que, sobre todo en ESO, tienen ahora los alumnos. Nosotros entrábamos y salíamos casi cuando queríamos sin darle cuenta a nadie y sin que nuestros padres supiesen mucho al respecto. Ahora el control en este aspecto es máximo, pero todos sabemos que pocos seres son tan ingeniosos como unos adolescentes sin ganas de ir a clase.
Y los estudios, ¿qué?
Probablemente, junto con el de las amistades, el tema de los estudios sea una de mis grandes preocupaciones. Más profesores, más materias y otro ritmo de vida al que adaptarse. Sobre todo para alguien que viene de un centro en el que apenas hay deberes y un año -el curso hippie, le llamo yo- especialmente laxo al respecto. No me preocupa tanto el “habrá que trabajar más” como el “tendremos que retomar el ritmo de trabajo” después de un año poco más que rascándose la barriga.
Tocará reeducar y entrenar esa naturaleza entre vaga y dispersa.
La libertad en pack
Llamadme madre helicóptero, pero yo a mi hija, con once años, la tengo controlada lo máximo que puedo. No tiene móvil de tarjeta y el uso de redes sociales en casa se hace bajo una férrea supervisión. Ni que decir tiene que las “salidas” con sus amigas son en escenarios hipercontrolados, que no andan por ahí brujuleando y que sé dónde está en cada momento. En clase hay otras como ella, pero también hay muchas que están en otro nivel en cuestiones de libertad. Yo actúo como considero oportuno, pero no cuestiono ni una forma ni otra de proceder. Lo que está claro es que eso de “ir al instituto” parece que viene rodeado -o eso pretende mi hija- de un pack de libertades por las que no estoy dispuesta a pasar.
Total, que así me encuentro en los últimos meses. Tratando de mirar hacia otro lado, intentando no pensar demasiado en el tema y convencida de que, si todos sobreviven, también lo hará ella. Pero la intranquilidad, nadie me la quita. ¿Y vosotras? ¿ya habéis pasado por eso?
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