Preparados, listos… ¡ya! Pónganse los cinturones porque probablemente esta sea la edición más cutre de Las canciones de nuestra vida. Bueeeeno… cutre no, pero pavera un rato. Porque sí, ya os digo que soy la menos melómana, la más cursi y la de gustos más cuestionables de todas las integrantes de esta redacción. Soy muy “pavera”, así que el fenómeno fan lleva escrito mi nombre. Por favor, si me tenéis en buena estima, no me tengáis en cuenta muchas de las cosas que vais a leer/escuchar a partir de ahora…
Como para la mayoría, mis primeros recuerdos musicales llegan parejos a las canciones que se escuchaban en mi casa en la que, todo sea dicho de paso, no hay una afición especial a la música. La primera cinta que “hice mía” fue una de los grandes éxitos de Los Panchos, que hizo que quedase rendida de por vida a los boleros.
Si de música infantil se trata, fui fan de todas y cada una de las canciones de entrada de los dibujos de mi infancia de las que, a día de hoy, todavía recuerdo su letra de pe a pa. Dartacán, Willy Fog e incluso el inquietante “Sancho… Quijote. Quijote… Sancho”. Pero si me tengo que quedar con una lo hago con esta, la de Naranjito, que formaba parte de una cinta que, como si fuera hoy, mis padres me compraron en un puesto ambulante en un mercadillo que había en torno al Estadio Carranza.
Después llegaron los ochenta y mi adolescencia precoz. Recuerdo con especial cariño el verano en el que cumplí nueve años, que lo pasamos en casa de mis abuelos, en la playa, con mi pobre tío cargando conmigo a todas horas y metida siempre en medio de “los mayores”, de casa en casa, de jardín en jardín, todo el día por ahí con la pandilla. Ese verano escuchamos día y -prácticamente- noche el La cagaste Burt Lancaster de Hombres G.
Y, a partir de ahí, la banda sonora de cada verano la ponía el nuevo disco de este cuarteto.
Creo que ahí empecé a perder la poca dignidad musical que, por otra parte, nunca llegué a desarrollar y que solo tuvo pequeños paréntesis más o menos honrosos en los que puedo incluir a Pet Shop Boys.
Pero la cabra tira al monte y, de Hombres G, viré, dando un giro de tuerca imposible a Modestia Aparte. Normalmente, cuando de grupos cutres se trata, a la gente “normal” le puede gustar una canción, esa que suena a todas horas en la radio y punto. Pero no. Yo soy de las que se compraba el disco y me hacía incondicional. Así que Modestia Aparte puso la banda sonora a los siguientes años de mi vida.
Yo soy muy de llegar tarde a todos sitios. Así que puedo decir que me “enganché” a los New Kids on the Block apenas unos meses antes de su disolución, lo que no impidió que fuese una supermegafan. No de esas piradas que se saben millones de datos, nombres de familiares, lugares de nacimiento, etc, etc… pero sí de las que conocen todas y cada una de las canciones.
A estas alturas de Mujeres y Madres Magazine ya sabéis que yo le doy a todos los palos. Que puedo ponerme muy intensa o ser más simple que un cubo sin asas. Así que, igual que moría por los NKOTB, ligué mi etapa universitaria a Ismael Serrano -¡vamos! nada que ver-. Creo que pocos cantautores son tan propicios para provocar una depresión como mi querido Ismael Serrano, así que prácticamente suyas son todas las canciones de ese CD que tenía para los días de bajón. Y igual que Modestia lo asocio a una etapa muy concreta, también Ismael Serrano llega ligado a un periodo específico, a amigas especiales e historias de amor imposible.
Esas amigas especiales también me introdujeron en otro de mis músicos de cabecera… el gran, el único, mi adorado… Andrés Calamaro. Evidentemente, antes de que Andrés Calamaro se convirtiese en esa especie de mutación entre Raphael, Bob Dylan y el propio Calamaro que pasea su verborrea por los platós de televisión. Yo tampoco llegué a tiempo al boom de Los Rodríguez, pero amé al Calamaro de Alta Suciedad, de Honestidad Brutal y, lo que tiene más mérito, también al Calamaro más argentino y popero -Me encanta el disco Nadie sale vivo de aquí. Paloma es una canción muy especial, porque musicalmente nunca sentí nada tan fuerte como en el San Froilán de 1999 cuando mi mejor amiga y yo acudimos a su concierto.
No fui fan de Take That pero, de rebote, sí me contagié por el entusiasmo que mi hermana tenía hacia ellos. Así que también puedo cantar buena parte de sus canciones y reconoceré que ambas nos pegamos buenos bailes y coreografías en el salón de casa a su cuenta. De todos, a mí el que más me gustaba era Robbie y esta canción es, probablemente, una de mis preferidas de todos los tiempos.
Pero si de canciones hablamos, voy a cerrar mi intervención con la que, a día de hoy, más significa para mí. Por lo que dice, por cómo lo dice y por lo que representa. Con Elvis y su Always on my mind abrí el baile de mi boda y, precisamente hoy, a escasos diez días de mi décimo aniversario de boda, os aseguro que volvería a bailarla con las mismas ganas e ilusión y, sobre todo, con el mismo compañero.
Justo hoy actúa Robbie Williams en Burgas, Bulgaria. Venteeeeee! 😀