El viernes por la noche leía un estado de Facebook “No puedo creer lo que está pasando en París”. Yo no me había enterado de nada, así que fui a Google y busqué la web de un diario de información general. El primer titular que leí hablaba de ataque terrorista, de pánico, de horror. Empecé a buscar más información para enterarme de que había una sala de fiestas sitiada, llena de rehenes a los que estaban asesinando (algunos de los presentes hablan de ráfagas descargadas contra la multitud), de explosiones en un estadio de fútbol, de recomendaciones de no salir de casa.
En medio de la desazón, comenzaron a caerme lágrimas por la mejillas. Sin apenas darme cuenta, el dolor comenzó a desbordarse por mis ojos. Empecé a temblar. Se me atenazó el cuerpo. ¿Cómo era posible que me afectara tanto algo que me pillaba a tantos kilómetros de distancia, algo que ni siquiera afectaba a ninguno de los míos? Entonces me di cuenta de que, desde que había conocido la noticia, lo único en lo que había sido capaz de pensar era en mi hijo. Y es que la transformación radical que supone la maternidad para la mujer pasa por olvidarse de una misma en casi todas las ocasiones, aún de forma inconsciente.
Qué complicado es digerir la barbarie. Qué difícil darse cuenta de que no se puede comprender lo incomprensible. Lo primero que hace nuestra mente es intentar entender lo sucedido buscando motivos y explicaciones pero lo cierto es que no los hay. Mi hijo es aún muy pequeño, no llega a tener tres años, pero sé que algún día me tocará: no soy una ingenua, por desgracia esto no va a acabar ahora, llevamos años sufriendo el horror terrorista y no creo que vaya a terminar de golpe, igual que antes fuimos Estados Unidos, hoy somos París. Esta mañana he leído a mis amigas contando cómo se han puesto la capa de superheroínas para ser capaces de describir lo ocurrido tamizando (que no escondiendo) la parte más terrible.
La noche del viernes, mientras seguía las noticias en los pocos canales de televisión que informaron en directo y actualizaba con insistencia mi TL de Twitter, mi único pensamiento era poder proteger a mi hijo de este loco mundo en el que salir a cenar una noche te puede costar la vida. Y pensaba en suspender un viaje que tenemos previsto y en no salir de casa y me volvía loca repitiéndome que este no era el mundo que quiero para él. Probablemente tampoco es el mundo que ninguno de mis conocidos quiere para ellos mismos. Sé que la vida no es como un anuncio de Benetton en el que los ortodoxos y los cristianos, los blancos y los negros, los lideres mundiales se besan en la boca y van de la mano, pero no puedo aceptar que el ser humano se haya olvidado de su humanidad en pos de las ideas o creencias. Porque lo más sagrado debería ser la vida del de al lado.
Recuerdo como si fuera ayer como, tras los atentados del 11 de marzo en Madrid, las mochilas eran miradas con recelo y los ciudadanos que podían identificarse por su aspecto como musulmanes se controlaban de reojo. El miedo palpable que permaneció durante mucho tiempo. El viernes lo volví a sentir casi con la misma identidad, aunque creo que con más consciencia. No voy a permitir que el miedo me atenace, no voy a cancelar mi viaje, no voy a mirar de reojo al de al lado. Porque la vida es para los valientes y si dejáramos que el miedo cerval nos acompañara en el viaje no saldríamos de casa.
Así que en este momento me comprometo a ser valiente, sonreír, ayudar a quien pueda en mi día a día. Me comprometo a enseñarle a mi hijo sin prejuicios, mostrándole la realidad de la sociedad en la que vivimos, pero sin trasladarle ninguna de mis mochilas. Hacerle saber que las personas somos personas y que el respeto a los demás es vital para vivir en comunidad. Me comprometo a mirar el día a día a través de sus ojos para no olvidar la inocencia de la infancia.
Imágenes: Pixabay
Muy de acuerdo contigo,es horroroso irte a cenar,de concierto y no regresar,yo como a casi todos los sitios voy con mi hija pensaba en ella ,en lo que vería, en lo que pasaría, y he leído barbaridades,así no educaremos en la tolerancia y si en el odio
Estamos pasando exactamente por la misma situación. …. qué dura es la vida. Ánimo,mis propósitos son como los tuyos