Te extraño, te necesito, te ansío, te espero, te sueño… ¡Verano, sí, ven a mí! Ahora que el solsticio estival se acerca y solo de mentarlas las vacaciones escolares me llevan al paroxismo, el tiempo parece haber perdido el paso en su normal discurrir, escondido por los recovecos de un engañoso atajo. ¿Por qué las semanas que volaban hace apenas un par de meses se quedan ahora ancladas en mi calendario perenne? ¡Oh junio eterno! ¿Qué te he hecho yo para que me martirices? Verano, te necesito ya y te necesito ahora. No me llega con evocarte día y noche para no desfallecer en esta carrera sin fin en la que, como si fuese un Sísifo de pacotilla cargando con mi gélida piedra, la meta huye esquiva cada vez que las fanfarrias anuncian su venida.
Te siento cerca en cada rayo de sol que me calienta la cara al medio día, aunque te esfumes mientras la lluvia -¿lluvia? ¿en seriooooo? ¿perdonaaaa?- se cuela entre las rendijas de mis sandalias de estreno. Casi puedo tocarte cada vez que los efluvios del cloro de la piscina golpean mi cara y los cuerpos a mi alrededor comienzan a macerarse al sol sin pudor, aunque te me escapas, como ensoñación, cuando el último del último del último de los examen me recuerda, burlón, que “la bartola” debe esperar por el momento. Sé que estás ahí, agazapado, cuando los protectores solares susurran mi nombre desde las estanterías del supermercado, aunque te empeñes en camuflarte entre viandantes con botas de goma encorsetadas en camisetas de tirantes.
¡No me engañas! Te siento y te presiento. Te delatan los colores imposibles que lucen las tristes e indolentes modelos de Don Amancio: los bañadores y pareos que se conjuntan en los escaparates atentando contra el decoro; el mimbre en todas las posibles y variadas formas que puede adoptar como complemento estival y que con su profusión amenazan con deforestar el planeta. Te delata ese reloj biológico que pide parque hasta más allá del ocaso, esa luz que rivaliza con los Lunis para mandarnos a la cama, ese “tengo en mí un no-sé-qué-qué-se-yo” que me invita a saltar, a gritar, a volar, a marcarme un “La La Land” camino del trabajo aún a riesgo de que las notas que balbuceo desaten la tormenta.
¡Ay, verano! ¡Ven ya antes de que pierda la cordura! Prometo exprimirte como a las naranjas del desayuno con las que me chuté vitamina C durante todo el frío invierno. Prometo disfrutarte desde el alba al ocaso y del ocaso al alba, en un círculo sin fin de fiestas jolgorio y despiporre gastrónomico, exorcizando calorías y transaminasas mientras que el cuerpo aguante. Prometo no desperdiciar ni uno solo de los minutos que me regales al sol. Prometo santificar mi asueto en rituales paganos en torno a la lumbre y a un chicharro. Prometo ponerme protector, prometo no quejarme de mi blancura, prometo no maldecir mi rosa gamba, prometo no lamentar la poca actividad de mi melanina, prometo no renegar de mis bellas lorzas ni resistirme a mantener mis pelos -todos mis pelos- a raya.
No habrá terraza que no visite, no habrá helado que no pruebe, no habrá cervecita que no beba ni tapita que no cate, no habra libro que no lea, ni canción que no baile. No habrá playa ni piscina en la que no sumerja mi cuerpecillo serrano. Te exaltaré de verbena en verbena. Te gozaré con los amigos a base de risas y parsimonia. Te loaré de hotel en hotel, en España y parte del extranjero. Te rendiré pleitesía instagramera a golpe de “piestureo”. Te veneraré en mi time line derrochando imaginación en planes y relatos exhaustivos.
Ni una queja me oirás. Ni una tan solo. Encajaré con gusto los cuarenta grados que me regalas, las tórridas noches de insomnio, las oficinas sin aire acondicionado, los sudorosos cuerpos apelotonados en el transporte urbano, la transpiración humana -la propia y la ajena- e, incluso, jalearé el desfile de compañeros camino de sus vacaciones.
Pero ¡ven! ¡ven ya! y llévate contigo las rutinas, los horarios, las obligaciones. Entierra en lo más profundo de mi armario libros de texto, botas de agua, paraguas, bufandas y abrigos. Déjame lucir brazos, déjame lucir piernas, déjame lucir cacho… ¡Ven! y arrasa con todo, pon nuestra vida patas arriba hasta que digamos ¡basta! Hasta que la arena de playa se incruste en nuestros pies y el salitre estropajee nuestro pelo. Hasta que me salgan patas de gallo de entornar los ojos con el sol. Hasta que mi úlcera crepite y la báscula me maldiga. Hasta que los niños se asilvestren. ¡Hasta que yo me asilvestre! Hasta que, exhausta diga… “Hasta aquí hemos llegado. ¡Septiembre ven a mí!”
Pero, hasta entonces, déjame disfrutarte… “despacito”, porque:
Quiero respirar tu olor a mar despacito
Deja que te diga lo que te necesito
Para que me acuerde de ti si no estás conmigo.
Despacito
Quiero desnudar mi cuerpo despacito
lucir mi bikini que’s muy pequeñito
y hacer de mi cuerpo todo un “torreznillo…”
(sube, sube, sube)
Casi es verano ya… así que ¡SONRÍE!
Fotos: María L. Fernández
Aquí con el valor que hace que no se puede dormir miedo da que llegue el verano?