Sabéis que, además de las series y -en ocasiones- lo hijos, uno de los grandes hobbys de las integrantes de Mujeres y Madres Magazine es el sexo. El sexo es MARAVILLOSO… Bueno, casi siempre es maravilloso porque, en ocasiones, se convierte en un auténtico suplicio. Vamos a hacer un repaso de todas esas encuentros sexuales bochornosos por los que todas hemos pasado aunque solo algunas se atrevan a reconocerlo.
Coitus interruptus por… cosquillas
¡Anda que no te habrán acariciado veces la espalda! ¡Anda que no se habrán instalado veces entre tus muslos! y -¡fíjate tú!- justo hoy, ese gesto tan “inofensivo” es el detonante del más insoportable ataque de cosquillas. Da igual que intentes pensar en la cosa más triste del mundo, que te pellizques la palma de la mano… es notar el roce en tu piel y desencadenarse en ti frenéticos -y nada eróticos- movimientos compulsivos.
Cuando tienes ganas de echarte una ventosidad
Tanto sube, baja, pa’lante, pa’tras, tanto ajetreo hace que tu intestino comience a cobrar vida propia y entonces lo notas, esa presión en las entrañas. Aprietas el… bueno, todas sabéis lo que toca apretar, porque de tu cuerpo no puede salir nada que haga ruido/huela en un momento tan delicado. Y claro, ¡con tanta presión corporal y anímica es imposible concentrarse en nada! “Cariño, te noto dispersa…” ¡Ay si yo te contara!
Cuando te la echas, o lo que es peor… suena un pedo vaginal
Si te da tiempo a verlo/sentirlo venir puede que en el mejor de los casos puedas evitarlo, aunque sea a costa de perder la concentración en el tema que os traéis entre manos. El problema, el gordo, gordo de verdad es cuando se produce el estruendo sin previo aviso. Cuando atruena y atufa un sonoro y oloroso pedo estás perdida. Da igual que hayas sido tú, da igual que haya sido tu pareja… un unicornio ha muerto en Fantasía.
Ni que decir tiene que las ventosidades intestinales no son las únicas capaces de sonrojarnos en la cama ¿qué me decís de las vaginales? Esas que suenan a succión de cañería, a desagüe de ducha… esas que siempre van seguidas de espanto y una explicación atropellada: “¡¡¡¡¡no ha sido un pedo, eh!!!!!
Cuando tienes ganas de hacer pis y no quieres cortar el rollo
Sigamos con el manual de escatología. Ya hemos pasado por el trance de tener ganas de echarnos un pedo, por el de echárnoslo sin remisión e, incluso, porque lo que suene sea un pedo vaginal. Pero, ¿qué pasa cuando lo que te entra es ganas -en el mejor de los casos- de hace pis? ¡No me digáis que nunca os ha pasado!.
Porque un “aquí te pillo aquí te mato” tiene un punto imprevisible que hace que a uno/una lo coja por sorpresa y sin los deberes hechos de antemano. Empiezas bien hasta que al primer enviste sientes un hormigueo en el bajo vientre, después una presión y después… ¡ay! después no te puedes sacar de la cabeza que tienes ganas de hacer pis y entras en bucle: te concentras para no mearte, pero cuanto más lo piensas, más ganas te entran y tú lo único que no quieres es cortar el rollo. “Como se me recueste de nuevo encima, me meo” y entonces lo ves claro, o pides un tiempo muerto o acabarás protagonizando una inesperada y, probablemente todavía más bochornosa, lluvia dorada.
Cuando no eres capaz de sacarte de la cabeza la lista de la compra
Somos mujeres multitarea. Nuestra capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo nos define. Pero no compartimentar se convierte en un problema cuando tus pensamientos van saltando de un orden a otro de tu vida sin remisión. Los astros se han aliado para que tú y tu pareja disfrutéis de una noche de pasión loca o, cuando menos, de un cuarto de hora de toqueteo antes de que los niños salgan del cole. Y entonces, cuando estás dispuesta a dejarte arrastrar por el goce de los sentidos… justo entonces es cuando recuerdas que tienes que comprar… tienes que comprar… ¿qué es lo que tienes que comprar? ¿qué era justo eso que escribiste entre la lejía y el pan de molde? ¡Ay! ¡Dios! ¡Qué ya no te lo puedes sacar de la cabeza!
Tu pareja se aplica con esmero y bien sabe Dios que tú quieres disfrutar de todas su atenciones, pero es que la lista de la compra, o la programación de tareas extraescolares, o el montón de la ropa para planchar que se acumula en el armario te acecha boicoteando cualquier otra actividad. ¡Así no hay quien disfrute!
Cuando recuerdas que no tienes las piernas depiladas… ni mucho menos los sobacos… ni muchíiisimo menos tienes atusado tu conejito
Si algo tiene la incontinencia amatoria es que llega cuando llega. Y ¡claro! a veces te pilla como una reina y otras… pues otras la saludas casi, casi, como una salvaje. No hay nada más inquietante durante los prolegómenos de un escarceo que te asalte la duda: “¿Desde cuándo no me depilo las piernas? -lo cual, si es invierno, puede ser bastante tiempo-“, “¿En qué condiciones tendré el sobaco?”, “¡Dios santo! no te adentres tan abajo que parezco el último mohicano!”. Y ahí estáis, con un calentón de campeonato y tú a punto de desvelar que tu verdadera identidad es la del yeti.
Cuando sientes que te va a dar un tirón… o cuando te lo da
Las feromonas que liberamos durante el acto sexual, además de elevar nuestra satisfacción a un grado máximo, estoy convencida de que distorsionan la realidad. Más concretamente aquella que afecta a nuestras capacidades físicas. En el fragor de la batalla, no es raro que nos vayamos viniendo arriba y acabemos pretendiendo ilustrar el mismísimo Kamasutra. Que probablemente sea un libro de ficción, todo sea dicho de paso, porque hay que ser una auténtica contorsionista para llegar a ese nivel de flexibilidad.
Pero, sin aspirar a tanto, incluso en los lances más moderados y convencionales, seguro que a más de una vez habéis dado con una postura muy placentera que, sin embargo, choca frontalmente con tu estado de forma, tu flexibilidad, tu capacidad física o todo al mismo tiempo. Esto es como lo de los pedos, a veces lo ves venir y otras ¡ay! el tirón, la lumbalgia, la rotura fibrilar te golpea sin previo aviso.
Cuando alguien acaba magullado
Directamente relacionado con lo anterior podemos catalogar todas esas veces que, en un alarde de agilidad, nuestros frenéticos y compulsivos movimientos acabaron estampándonos/estampándolo en el suelo, con un doloroso rodillazo o una inoportuna patada en los huevos…
Que se te abra la boca de sueño
Tanto si eres tú la del bostezo como si el que te bosteza al oído es tu partenair, hay que reconocer que abrir la boca de sueño -queremos pensar que es de sueño, no de aburrimiento- da casi tanto bajón como tirarse un pedo. He de entonar el mea culpa en este caso, porque yo soy muy de ponerme en horizontal y recibir a Morfeo en mis brazos. Yo no sé vuestros maridos, pero el mío da igual que esté dormitando en el sofá, porque es “ponerse al tajo” y despejarse cual lechuza. ¡Pues yo no! Que entre tanto madrugón y tareas diversas llego a las once de la noche como la bella durmiente y ahí estoy, disimula que te disimula, con sonoros jadeos con los que intentar encubrir bostezo tras bostezo.