Asúmelo… ¡eres tu madre!

Una madre ¿nace o se hace? Estrictamente hablando, cualquier mujer que tenga un hijo puede considerarse madre. Pero más allá del ejercicio individual, íntimo y convencional de la maternidad, se esconde una vertiente trascendente, un estatus que va más allá del ámbito familiar para dotar a una mujer, independientemente de si tiene descendencia o no, de una condición de MADRE nivel PRO, que la convierte en responsable, ya no solo de sus vástagos, sino de todos cuantos la rodean y aprecian. ¿Y cuándo se alcanza? Sin duda cuando descubres, asumes y, sobre todo, aceptas, que te has convertido en tu propia madre.

Por si no te habías dado cuenta, este es un artículo que debes interpretar en clave de humor.

Frases de madre

te lo dije

Toda la sabiduría maternal se concentra en una serie de frases, píldoras de conocimiento, que pasan de generación de generación. Un legado inmaterial a través del cual se puede articular cualquier relación maternofilial. Como hijo te persiguieron toda tu niñez y, de repente, un día de tu boca sale un “me vas a gastar el nombre” y en el mismo momento que pronuncias estas palabras sabes que ya no hay vuelta atrás, que has entrado en otro nivel dentro de la maternidad. Que ahora eres una de ellas. “Me aburro… pues yo me acaballo”, “te hizo la boca un fraile”, “apaga la luz, o te crees que somos Iberdrola”… Y, sin duda, la peor, la que antaño más odiabas y la que, curiosamente, ahora te produce más placer… “¡Ya te lo decía yo!”. Un ya-te-lo-decía-yo a tiempo, bien encajado, es puramente orgásmico.

Ten cuidado

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“Ten cuidado” es la forma coloquial, camuflada y menos ñoña de decir “te quiero”. “Te quiero y no puedo vivir sin ti”, “te quiero y me muero si te pasa algo”, “te quiero y no podría soportar tu ausencia” o, simplemente, “te quiero y quiero seguir queriéndote mañana y pasado, la próxima semana y el próximo año, así que ten cuidado y no hagas nada estúpido que pueda dañarte”. Por eso, el “ten cuidado” ha sustituido al “adiós” cuando los que aprecias a tu alrededor, sean tus hijos o no, emprende cualquier viaje, cualquier salida nocturna -acompañado de un sentidiño: “no fumes, no bebas no hables con extraños”-, cualquier actividad fuera o dentro de su rutina.

Ropa interior

Durante años, la única obsesión posible que albergabas respecto a tu ropa interior era encontrar ese sujetador que realzase tu escote y esa braga que no se marcase con el pantalón ajustado. Es cierto que con la maternidad las prioridades cambiaron y sujetadores de lactancia y alguna que otra faja poblaron tu armario… pero ahora, ¡ay ahora! Ahora lo que te obsesiona ya no es tu ropa interior, sino la de tu prole y, sobre todo, que esté siempre limpia y en buen estado, sobre todo cuando van a dormir a casa de alguien. Y al fin encuentras sentido a esa pregunta, otrora ridícula por la obviedad de la respuesta, que ahora cobra más sentido que nunca: “¿Llevas bragas limpias?”

Mama, me avergüenzas

madre-baila
Cuando tú te crees guay, pero tus hijos te ven como una petarda

¿Recuerdas querer morir cuando tu madre iba de enrollada y quería bailar contigo y tus amigas los pasos de Dirty Dancing? ¿Recuerdas cuántas veces se arrancaba a bailar con tu padre en la verbena y tú le decías: “Mamá, por favor, que me avergüenzas”? ¿O cuando se le dio por montar en bicicleta y tú hacías que no la conocías? Pues llegará el día -y lo digo por experiencia propia- en el que el “me avergüenzas” no saldrá de tu boca, sino de la de tus hijos. Y la mama avergonzadora no será la tuya, sino tú misma. Y correrás al regazo materno lamentando las necias palabras de tus hijos y tu madre -disfrutando el momento como solo una madre disfruta la venganza servida fría- te recordará “tu me hacías lo mismo”. “Mamá, ¡por Dios! no es lo mismo. Es que tú realmente me avergonzabas. Pero yo molo”. “No hija, no molas. YA-NO-MOLAS“.

Disfrutas alimentando a la gente

comida
La comida nunca es suficiente cuando tú estás al mando

Has superado la lactancia, te has peleado con tu hijo para que “coma de todo” -otra bonita expresión de madre- y has sufrido porque “no-come-de-nada” pero, al final, has logrado asumir que coma lo que coma no se va a morir de hambre, ni se va a “quedar enano”, ni se va a sumir en un estado carencial incompatible con la vida… Total, que te relajas ¿te relajas? Nooooo, solo pasas al siguiente estado, refinas tu obsesión por la alimentación y la extiendes más allá de tus propios vástagos. Ya no los alimentas para que sobrevivan, los alimentas porque tú disfrutas alimentándolos y no solo a ellos, sino a la gente en general. Eres feliz si embutes a los que te rodean y olvidas el significado de expresiones como “ya me llega” o “no quiero más”, los platos nunca están lo suficientemente llenos y siempre queda hueco para una cucharada más de sopa -“¡sabré yo lo que tú comes!”-. Nadie se puede quedar con hambre a tu alrededor y la única forma que tienes para asegurarte de ello es que la comida sobre. Algo en sí mismo incompatible con otro tótem de madre: “que no quede nada, que no se puede tirar la comida”… y así, en bucle infinito.

Super Mami

superpoder

Desarrollas superpoderes difícilmente explicables aplicándole las leyes convencionales de la naturaleza. Cada una se especializa en un campo. Las hay que se convierten en pitonisas, otras parecen tener un tercer brazo, resulta muy común la telequinesia y algunas incluso adquieren el don de la ubicuidad. Pero todas, todas, todas, todas, acaban adquiriendo superpoderes ninjas.

Comprar para tus hijas aunque tu vestuario de asco

ropa
¡Uy! Déjame ver qué me pongo… está claro que esta mozuela no es madre

Compras tu ropa de rebajas en rebajas pero solo en años bisiestos -¡total! tú ya no creces-. Hay prendas en tu armario que podrían saludarte del tiempo que hace que os conocéis. Has adoptado por obligación el estilo grunge y te empeñas en que no tienes ni tiempo ni dinero para comprarte ropa. Peeeero… sí que encuentras siempre un momento -de hecho encuentras demasiados a la luz de cómo baja tu cuenta corriente- para que a tus churumbeles no les falte de nada y vayan siempre impolutos e impecables. Si te sientes retratada es que estás en el camino de ser una Madre nivel PRO. Si además ya has utilizado con ellos el malévolo argumento “mira cuánta ropa te compro para que vayas estupendo/a y yo con estos harapos” te doy la bienvenida: “¡Hola! ya eres tu madre”.

La economía doméstica llevada al extremo

luces
Siempre puedes enseñar al gato a hacer el trabajo por ti

Hubo un tiempo en el que tu madre recorría la casa detrás de ti azuzándote para apagar las luces y cerrar los grifos; en los que te amenazaba con que si tu ducha excedía de cinco minutos acabarías enjuagándote en agua fría… ¡sorpresa! Ahora eres tú la que ha comenzado a reprocharle a tus hijos que no tienes acciones en Fenosa y apuras las horas de luz hasta cenar casi en penumbra. Ahora alabas las bondades de la ducha -y a poder ser rapidita, “que lavándote todos los días no puedes estar tan sucio”- sobre un buen baño -siempre que no sea para ti y con finalidad terapéutica- y has instalado dispensador de agua para el lavado de dientes. Ahora cenas las sobras que se van acumulando en los platos y te inventas comidas de aprovechamiento para liquidar los excedentes del frigorífico. Si ya lo decía tu madre: “La economía es la felicidad del hogar”.

Sensibilidad a flor de piel

llorar

¡Anda que no te parecía “floja” tu madre emocionada con el anuncio navideño del Almendro! Y ahora ahí estás tú, llorando a moco tendido cada dos por tres. Y no por cosas tristes, que las hay a decenas cada vez que ves un telediario. No, no, no… no te hace falta tanto. Lloras porque las nubes no tienen olor, porque los gatitos de internet son preciosos y se lamen unos a otros, porque has visto ese vídeo en el que el marine estadounidense -que dime tú a mí qué empatía te puede generar a ti un marine estadounidense- sorprende a su hijo en el cole a la vuelta de Afganistan. Porque cada niño, que ríe o llora, podría ser el tuyo. Lloras, lloras y lloras, con o sin motivo, de alegría, tristeza o, simplemente, de emoción porque, a estas alturas, te sobran los motivos.

Foto: Pixabay

María L. Fernández

Soy María Fernández. Mujer, madre, amante, amiga y periodista en permanente propiedad conmutativa. No sé vivir sin contar historias. Las mías, las tuyas, las de los demás. Nunca sabrás si voy o vengo, pero cuando te hablo ten la seguridad de que lo hago de forma honesta, porque no sé hacerlo de otra manera.

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5 comentarios

  1. Hace tiempo que sé que soy mi madre, pero he conseguido diferenciarme en alguna cosilla: salgo de compras con mis hijas (cosa que ella no hacía con nosotras-ni con ella-y se lo reprochábamos semanalmente) y por supuesto que bailo muy bien!! YO-SI-QUE-MOLO!! Que genial el post, Merak

  2. Jajaja ¡qué buen post compañera!
    A mi me encanta salir a bailar con mis hijas en las verbenas y avergonzarlas (soy un poco cabrona) XD XD
    El día que diga “ni mamá ni mamó” ya habré mutado totalmente en mi madre jaja

  3. Yo estoy viendo algunas cosas de esas en mi pareja. Me pregunto si también pasará con los padres

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