¿Deben estudiar los niños durante el verano?

Algunos habrán trabajado mucho desde el primer día, otros habrán ido cogiendo poco a poco el ritmo y una parte significativa se habrán puesto las pilas a última hora. Han trabajado más o menos, pero todos han conseguido superar el curso. Un curso largo, agotador… que por fin ha llegado a su fin. Y ahora ¿qué? ¿Qué hacer con nuestros adolescentes? Si han suspendido algo tocará estudiar, sí o sí; pero, ¿y si han aprobado todo? ¿Sois de los que creéis que los niños deben estudiar en verano o preferís que desconecten de forma absoluta?

La verdad es que la polémica está servida. Evidentemente, cada padre, cada familia, tomará su decisión convencida de que es lo mejor para sus hijos y por eso se trata de respetar todas las posturas, pero veamos los argumentos que esgrimen desde ambas partes.

Con el trabajo cumplido… ahora toca descansar

Imagina que esperas durante once meses por tu anhelado mes de vacaciones y justo ahora que toca descansar tu jefe te manda que, para no perder el ritmo y llegar a septiembre con la mente ágil, es mejor que aproveches las mañanas para ponerte al día de la nueva legislación, o para practicar con algunos expedientes, o que escribas algunos artículos para que tus dedos se mantengan en forma… Total, con tanto tiempo libre como vas a tener habrá oportunidad para todo.

Pues como que no nos parecería bien, ¿verdad? Pues eso es precisamente lo que nosotros, como “jefes” de familia, pedimos a nuestros hijos cuando a pesar de haber aprobado todo en junio, queremos que inviertan parte de su descanso estival en coger de nuevo los libros y liarse a hacer ecuaciones, funciones, fórmulas químicas como locos.

A sí, a primera vista, muy justo no parece. Los periodos de descanso son tan necesarios para el desarrollo mental y la madurez como los de actividad, de ahí que a priori parezca justo que empleen su verano en descansar y hacer todas esas actividades que en invierno, por la rutina y las obligaciones diarias, no pueden.

Hay tiempo para todo y no se puede perder el ritmo

En el extremo contrario los que sostienen que, con unas vacaciones tan largas por delante, con casi dos meses de asueto en el horizonte, hay tiempo para disfrutar, para descansar, para vaguear -que también es muy necesario de vez en cuando-, pero también para afianzar conceptos que durante el curso han quedado en el aire y practicar un poco aquellas materias en las que falta destreza.

Además del manido “hay tiempo para todo”, los que defienden esta postura suelen alegar tan bien que con unas vacaciones tan largas se pierde hábito de estudio y trabajo, así que mejor no desconectar de todo.

¿Unas vacaciones muy largas?

Tanto si atendemos a los que dicen unos como a los que dicen otros, el tiempo aquí parece la clave de todo. La distribución de las vacaciones dentro del calendario académico siempre ha sido un foco de polémica en nuestro país en los últimos años. Dos meses enteros, efectivamente, es mucho tiempo. Pero los escolares españoles, a grandes trazos, no tienen una cantidad significativamente superior de vacaciones que sus compañeros europeos, lo que sucede es que están concentradas en su mayor parte en el periodo estival y a los padres -que no a ellos- se nos hacen largas. Largas para conciliar, largas para ocuparles todas las horas cuando nuestro trabajo no nos lo permite… largas, muy largas.

Para que veáis que realmente, en España no hay más vacaciones que en otros países europeos, solo que están concentradas en verano

No voy a entrar a valorar si pedagógicamente este periodo de más de dos meses es lo más adecuado, pero sí que es cierto que entre ludotecas, campamentos y demás actividades de “custodia” disfrazadas de propuesta lúdica en la que embarcamos a los niños, para muchos su mes de julio no distan demasiado en horarios y rutinas del de febrero. Algo más de sol, algo más de playa, pero mucho tiempo reglado y organizarlo y poco para improvisar. No queda otra tal y como están montadas las cosas hoy en día.

En serio, ¿más matemáticas?

Otra cuestión es cómo plantear ese “trabajo” de refuerzo que imponemos a nuestros hijos. No hace falta más que leerme un poco más arriba: ” hacer ecuaciones, funciones, fórmulas químicas…” para ver por dónde suelen ir los tiros. Porque, reconozcámoslo, ya no se trata de poner a nuestros hijos a hacer ocasionalmente un libro de “vacaciones Santiallana”, no, en lo que estamos pensando es en que equis días a la semana acudan a una academia a reforzar las mates, la química, la física… que normalmente son los caballos de batalla de la mayoría. Nunca os habéis parado a pesar que si tu hijo no es un lince en matemáticas lo mandas a una clase particular, pero si tiene infinidad de faltas de ortografía o una comprensión lectora pésima no solemos tomar cartas en el asunto.

Quizás a los padres -y me incluso la primera- nos falte un poco de reflexión. Evidentemente hay mucho tiempo por delante, tiempo para hacer cosas productivas y otras que nos parecerán que no lo son tanto. ¿Cuántas veces oiremos en los próximos días que para estar toda la mañana enganchado al móvil/consola/cualquier-cosa-demonizada-por-los-adultos es mejor que nuestro niño/adolescente emplee el tiempo haciendo mates?

Cambiemos la perspectiva

Claro que es cierto que tienen mucho tiempo libre y que hay momentos para hacer de todo, pero si han aprobado, si no tienen la imperiosa necesidad de “recuperar” alguna asignatura en concreto, por qué no hacer que ese “de todo” sea más atractivo.

Si pensamos en cosas divertidas con las que “aprovechar” el verano, leer se nos viene a la cabeza de la mayoría. Pocas actividades hay más enriquecedoras que la lectura -aunque a algunos no acaben de encontrarle el gusto-, pero no es ni mucho menos la única. Echémosle imaginación con propuestas que podamos “venderles” como mucho más divertidas. ¿Qué me decís de un taller de escritura creativa o de cómics? ¿Un campus de teatro? ¿algo de robótica con Lego? ¿Por qué no algo de juegos populares o de mesa? ¿Algún campus deportivo? ¿Apuntarse a un club de lectura juvenil?

Y, ¿por qué no aprovechar también para salir de su zona de confort? El verano es el momento ideal para probar cosas alejadas de lo que normalmente hacen. Iniciarse con un instrumento, optar por algún deporte que nada tenga que ver con el que habitualmente practican, un curso de pintura creativa…

Hay varias propuestas que a mí me resultan especialmente interesantes, sobre todo, pensando en los adolescentes:

  • Si durante el curso la agenda está sobresaturada, ¿por qué no liberarla de las clases de inglés y concentrar éstas en el periodo estival? A según qué edades, un curso intensivo para sacarse algún grado académico oficial puede ser más provechoso que las tediosas clases semanales. Ya se que esto puede parecer que va en contra de ese planteamiento de descansar en verano, pero a según qué edades, quizás lo prefieran para no estar tan estresados durante el curso.
  • Si les gusta un deporte en especial, una buenísima propuesta es aprovechar el verano para formarse como técnico o monitor en esa disciplina. Muchas federaciones autonómicas los promueven ya para mayores de 16 años y será una forma de ver “su” deporte desde otra perspectiva y, quién sabe, abrir la puerta a una colaboración con su club.
  • Un voluntariado de cualquier tipo. Evidentemente, los que vivís en ciudades grandes probablemente tengáis más facilidades para encontrar algo adecuado, pero con voluntad, seguro que encontráis alguna ONG en la que puedan echar una mano en algo.
  • El entorno digital está cada vez más presente en las aulas. Nuestros hijos son nativos digitales, correcto, pero eso no impide que puedan profundizar en facetas concretas. Viendo la cantidad de trabajos y presentaciones que deben realizar durante todo el curso, me parece una propuesta muy interesante aprovechar el verano para hacer un curso de diseño en power point.

¿Qué os parece a vosotros? ¿Sois de los que dais libertad absoluta a vuestros niños en verano o preferís que hagan algo “útil”?

María L. Fernández

Soy María Fernández. Mujer, madre, amante, amiga y periodista en permanente propiedad conmutativa. No sé vivir sin contar historias. Las mías, las tuyas, las de los demás. Nunca sabrás si voy o vengo, pero cuando te hablo ten la seguridad de que lo hago de forma honesta, porque no sé hacerlo de otra manera.

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