Los padres tendemos a avergonzar a los hijos desde que el mundo es mundo. Y en muchas ocasiones, son nuestros hijos los que nos avergüenzan. Hoy recordamos esos momentos en los que renegamos de nuestros padres en el pasado y nos quisimos borrar de hijos y aquellos en los que nuestros hijos nos han hecho decir “tierra trágame”.
La directora de la obra (Verónica Trimadre)
Mi querida primogénita es de carácter digamos, dominante. Es una cualidad que en términos generales me encanta: es fuerte, decidida, valiente y tiene su propio criterio. El problema es cuando siente la necesidad de imponerlo y hacerlo además ante quien sea. Es algo que con los años va suavizando – thanks God-, pero todavía me estoy recuperando de la obra de teatro en la que participó en el colegio cuando tenía cuatro tiernos años. La obra era sencilla: los niños hacían de exploradores y daban vueltas en círculo explicando a través de una canción qué objetos iban a utilizar para encontrar y dar caza a un león (mochila, cuerda, lintera, casco…). Se suponía que la profesora era la guía de la expedición y con sus gestos les daría pistas a los pequeños sobre lo que tenían que decir. Bueno, pues mi hija se pasó toda la obra (11 minutos, 17 segundos) adelantándose a la profesora e incluso corrigiéndola en cuanto al orden en que se debían colocar cada uno de los objetos, animando al “equipo” a cantar más alto, haciendo guiños al público, colocándose en el medio del círculo… Y es que ella vio que sus intervenciones hacían gracia y se vino arriba de mala manera. Claro, las primeras veces hicieron gracia… Después yo podía leer en las caras de los padres “menuda repipi la niña”. No sabíamos dónde meternos. Vaya, vaya, ¡qué minutitos más largos!
El ciclismo (Sara Palacios)
Hace muchos años ser ciclista no era como ahora, que quien más quien menos coge una bici en ristre aunque sea para ir de aquí a la esquina. Cuando yo era pequeña era raro verlos por las calles, sobre todo porque salían muy pronto por la mañana los fines de semana cuando yo estaba durmiendo. Ver a mi padre vestido de ciclista me avergonzaba profundamente. Pensadlo: tenía quince años, mucha tontería y a mi padre vestido con unas mallas ajustadas y un casco muy poco favorecedor en la cabeza. Me quería morir cada vez que lo veía aparecer de esa guisa y cuando estaba con mis amigas en casa ¡ni os cuento!
Mamá, tengo pis (Ruth de R.)
Es lo que tiene la retirada del pañal. Mi hija lo llevaba muy bien, hasta aquella mañana en la que nos fuimos las dos a una Marcha por el Civismo que se celebraba en la ciudad. Tras recorrer varios puntos, concienciarnos mucho de lo importante que es nuestro entorno y como cuidarlo para conservarlo y lo que hay que respetar a nuestros vecinos por la buena convivencia, llegamos al momento “lectura del manifiesto”, en la Plaza de la Catedral. Yo estaba concentrada, escuchando las palabras del locutor. Tan concentrada que cuando escuché el “Mamá, tengo pis”, mi hija ya se había bajado los pantalones, las braguitas y estaba meando de pié, en la puerta de la catedral. ¿Cómo disimular eso ante las 300 personas allí presente? Sumad al bochorno que yo, en ese momento, era concejal en el Ayuntamiento.
Mi madre en topless (Nat)
De vacaciones en Castellón, cuatro de la tarde, bajo a la playa y me encuentro a mi madre en topless, tumbada cual sirena. ¡Me quise morir! Que sí, que hoy en día eso no tienen mayor importancia pero en aquel momento, con apenas diez años y con mi pandilla veraniega de amigos merondeando la zona no era el mejor plan para que nos vamos a engañar. Siempre íbamos de vacaciones con mi abuela y mi madre aprovechaba la hora de la siesta, que era cuando mi abuela se quedaba en casa, para destaparse un poco. Y ese día la pillé, ahora cuando lo recuerdo me da la risa pero entonces…
Padres sin vergüenza (Núria)
Tenía un amigo al que su madre ponía sobre la mesa ¡en las bodas! y le bajaba los pantalones hasta la rodilla, para meter la camisa por dentro y arreglarlo… El chavalín pasaba tanta vergüenza, que todavía hablaba de ello en la universidad. No recuerdo ninguna situación en que me avergonzara de mis padres. Lamentablemente, mis hijos no podrán decir lo mismo. Tengo por ahí fotos de carnaval… Recuerdo unas trenzas rojas de Pippi Langstrum, un tío con peluca y disfraz indefinido y, entre los dos, un grillo de catorce meses con cara de vergüenza y susto. (Más vergüenza que susto para qué engañarnos). Aquí en casa, nos ponemos rápidamente y sin pudor peluca, sombrero y lo que haga falta para hacer el ganso. Nuestros hijos, incluso los que no han alcanzado la adolescencia propiamente dicha, ya nos miran avergonzados… Y la cosa no va a menos, porque cuanto más tuercen el morro, más risa nos da. Así que, no se que va a ser de… ¡ellos!
La férula del horror (Pilar)
Hace un mes, mi hija mayor tuvo un pequeño accidente en el colegio y se hizo una fisura en la muñeca. En ese momento le pusieron una férula y nos dijeron que le harían radiografías en dos semanas para ver si se la podían quitar o no. El día D (dos semanas después) mi hija y yo llegamos muy puntuales a nuestra cita (de hecho, llegamos con media hora de antelación) con la mala suerte que ese día estaban cambiando todo el sistema informático del hospital y las radiografías llevaban 4 horas de retraso. Después de esperar pacientemente durante cuatro horas, cuando por fin mi hija entró a las radiografías, me dice el auxiliar que él no puede quitar la férula para hacer la radiografía, así que nos teníamos que ir a la consulta del traumatólogo y después volver (y hacer la cola correspondiente). Yo soy buenísima y no suelo quejarme pero ese día creo que la cabeza me dio la vuelta como la niña del exorcista y le dije textualmente (y con cara de cabreo) “dame unas tijeras y yo le quito la férula, mi hija no se mueve de aquí hasta que tenga la radiografía hecha” y mientras tanto mi hija me tiraba de la manga…”mamá, mamá por favor…”
Ese día avergoncé de verdad a mi hija, pero creo que por una buena causa 😉
“A que canto…” (Merak)
Me chifla cantar. Me pasaría el día cantando pero, reconozcámoslo, yo para la música no tengo oído, solo oreja. Es algo que me viene de familia por vía materna. Mi madre también canta como el culo. Ella, a diferencia de mí, ni lo intenta. Sin embargo, lo utiliza como arma de destrucción masiva, lo cual siempre me ha irritado sobremanera. En casa sabemos que, si mamá canta, como dice el refrán “o está jodida o poco le falta”. Creo que mi vergüenza a que mi madre cante en público no es algo exclusivo y ni siquiera está ligada a su falta de entonación. Sencillamente, como otros muchos niños, ver a nuestros padres “actuar” me ponía de los nervios. Ella, que lo sabía, siempre lo utilizó para amedrentarnos a mi hermana o a mí cuando nos portábamos mal en público. “O te callas/estás quieta/portas bien… o canto” y ante la amenaza recuperábamos la compostura ipso facto. Ahora, treinta años después soy yo la que ahora amenazo a mis hijas con cantar en público y os puedo asegurar que funciona al cien por cien.
Fotos: Pixabay
“O te callas o canto”… esto tengo que usarlo.
Podría hallarme, sin saberlo, frente a mi arma secreta!
… y Ruth! tu momento tierra-trágame-y-escúpeme-en-cancún es INSUPERABLE. Jajajajaa!!
Ayer me llamaron la atención porque mi hijo había orinado en el jardín del cole (tiene 4 años) y yo me quise desintegrar. Claro, mi hijo todavía no distingue entre campo, campo y jardín frondoso pero del cole.
Jajajajaja. Debo reconocer que mi hija, por ahora, al ser pequeña no me ha sacado los colores. Pero mis padres sí. Primero que mi padre también hacía ciclismo y sentía la misma vergüenza. Segundo, porque se ponían hablar de sexo sin pudor y yo allí delante gritando: Que estoy aquí!!!! Ellos se partían el culo.
Tengo que decir que el momento del pipi lo espero. Porque mi madre me ha dicho alguna que otra vez, que en mi operación pañal no tuve mucho problema. Yo misma me bajaba las bragas y cuando tenía mis necesidades, sin más me paraba y las hacía. Con el consiguiente: Qué estás haciendo?? con mi madre muerta de vergüenza. Aunque siempre cuenta una historia que casi le mata de vergüenza el día que pasamos por una obra y unos albañiles empezaron a piropearla, ella con 23-24 años y yo con 3-4 años gritando que todo aquello se lo diría a mi padre. y ella diciéndome que me callara, pero yo chillaba y chillaba que se lo contaría todo a mi padre, jejejeje. Ahora lo pienso y yo también me hubiera muerto de la vergüenza.
Saludos
Me parto!!! Imagino vuestra escena y me parto de risa!!
Todavía no ha llegado el punto de que mi hija se avergüence de mi pero creo que llegará a través de las redes sociales. Llegará el momento que seguro me dirá ¡Pero que has puesto! porque seguro que será ella la que me espíe a mi.
A mí más que vergüenza, lo que más me encorajinaba cuando era niña es que mi padre nunca se pidiese postre cuando salíamos a comer fuera de casa y luego se empeñasen en comerse el de mi hermano y el mío. Era una pelea en cada ocasión y acabábamos todos enfadados por esa manía de rechupetearnos lo nuestro.
Jajaja, me ha encantado lo del canto!!!