Al parecer, un estudio avalado por la Universidad Estatal de Michigan asegura que viajar con amigas mejora notablemente la salud. La verdad es que no necesito yo la opinión científica de ningún experto que refuerce algo que ya os digo que es verdad verdadera solo apoyándome en mi propia experiencia y, seguramente, muchas de vosotras podríais aportar testimonios que me den la razón. Porque sí, la amigas nos dan la vida y hacer planes con ellas son, sin duda, una de las cosas más placenteras de la vida.
Ya lo cantaban los payasos de la tele, viajar es, en sí mismo, un placer, pero cuando encima puedes hacerlo con personas con las que tienes una afinidad máxima, de esas que te conocen casi mejor que tú misma o, cuando menos, con las que te sientes realmente cómoda, la experiencia es todavía más satisfactoria.
Desde que reservas en el calendario unos días para ti, desde que los rodeas con un rotulador de color rojo, tu cabeza se instala en un estado placentero, de expectación máxima, que te hará ver la vida de otra manera. Romper la rutina es lo mejor para mitigar el estrés para cualquier persona normal. Si encima eres madre, ni te cuento el efecto balsámico que puede llegar a tener en tu día a día el mero recuerdo de que “¡¡¡¡¡EN 10 DÍAS ME VOY DE VACACIONES!!!!!” -léase aquí con voz histérica y añádasele un “y ahí os quedáis, porque me voy a ir sin mirar atrás y no pienso acordarme de ninguno de vosotros ni un minuto” algo que, aunque no lleguemos a verbalizar para no ser políticamente incorrectas, está ahí-.
Por eso no importa que cuadrar fechas haya sido lo más parecido a hacer encaje de bolillos, ni que hayas tenido que sobornar a tu Paco con “sexo tántrico” para convencerlo de que no estás huyendo, sino reclamando un poquito de espacio para ti; ni que toda esa intendencia doméstica que has desplegado en los días previos te haya costado horas de sueño y años de vida; ni que los carca-abuelos te miren con resquemor -“eso en mis tiempos no pasaba, si quería viajar, yo iba con mi marido ¿qué se os pierde a vosotras por ahí solas?”-; ni que convencer a tus hijos de que ha sido el médico el que te ha recomendado viajar sola compense todas las mentiras no-piadosas que te van a tratar de colar durante la adolescencia…
En serio, todo eso y cualquier cosa peor que se te ocurra queda absolutamente compensado por los beneficios que para tu salud mental y física tendrá una escapadita de estas características.
Como decíamos antes, la clave es, sin duda, romper con la rutina en todos los aspectos: cambias de escenario, pero también de compañía. Los problemas y obligaciones del día a día quedan en un segundo plano. Ni trabajo, ni niños, ni tareas domésticas, las vacaciones te permiten desconectar de todo y focalizar tu cerebro en otros menesteres o, sencillamente, en ningún menester. Porque tampoco se trata de cambiar el estrés diario por el estrés de un viaje milimetrado en tiempo, hora y forma. No, aquí de lo que se trata es de dejarse fluir.
Una de las grandes cuentas pendientes que tenemos muchas mujeres con nosotros mismas, más cuando somos madres, es concedernos tiempo. Pero tiempo de calidad. Reservar un espacio para nosotros mismas. Irse de vacaciones con amigas, cuando al fin consigues encajarlas en la apretada agenda, te permite saldar radicalmente esa deuda. Un par de días fuera, siendo el centro de tu propio universo, te permite regresar con las pilas cargadas al máximo. Reencontrarte contigo misma como persona y recuperar la sintonía con el universo… al menos mientras te dure el efecto.
Precisamente porque siempre vamos a cien, quedar con las amigas no es fácil en tu día a día. Si no es por unas, será por otras, pero hacer planes es complicado. Por eso, cuando todo cuadra y podéis coger la maleta sin mirar atrás, os estáis dando también la oportunidad de poneros al día en vuestra relación. Tiempo de calidad para charlar, para divertirse, para disfrutar de la vida. Una oreja amiga a la que contarle las penas y las alegrías es el mejor regalo que nos puede dar la vida. ¿O acaso nunca os ha pasado que los problemas no parecen tan graves después de verbalizarlos y de que alguien en quien confiamos nos aporte otro punto de vista?
Además, ni que decir tiene que el mero hecho de compartir la experiencia del propio viaje tanto en su preparación como en su “ejecución” alimenta cualquier amistad, estrecha los vínculos y crea recuerdos inolvidables.
No me digáis que, a estas alturas, no estáis ya tentadas de levantar el teléfono, marcar unos cuantos números y buscar destino. ¿Pues a qué esperáis? ¡ADELANTE!
Eso es!! Un viaje con amigas tiene un poder curativo inigualable.