Ahora que ya se han hecho todos los análisis serios por parte de periodistas, opinólogos, aprendices de todo y maestros de nada, ahora ya podemos hablar de por qué es como es el vestidor de la reina, la ropa de la reina que no es lo mismo que el traje nuevo del emperador, ni mucho menos. Isabel II y sus indumentarias dan para mucho análisis por lo que decía con lo que se ponía e incluso por los códigos que mantenía con su equipo a través del movimiento que hacía de sus complementos, entre ellos y sobre todo, su eterno bolso de mano que usaba hasta cuando recibía en casa.
Partimos del punto de que formar parte de la familia real de un país implica un estricto código a la hora de presentarse en público, a la hora de vestir pero si ya eres la cabeza visible de la monarquía con mayúsculas a nivel estelar, pues lo tienes aún más rígido el tema de los códigos de ropa y complementos.
Sin embargo, la reina, las reinas en general, salen mucho en la prensa aunque apenas den entrevistas y muchas veces “cuentan” o se expresan a través de la ropa y los complementos.
Isabel II por ejemplo repetía estilismos porque en 70 años de reinado da tiempo a que de vez en cuando repitiera alguno de los conjuntos pero cuando lo hacía era de forma intencionada, como cuando en la apertura del Parlamento del Reino Unido por primera vez sin la compañía de Felipe de Edimburgo, volvió a ponerse el vestido que llevaba en el último retrato que se hizo con su esposo antes de morir este.
La ropa y sus mensajes
En distintas ocasiones se ha podido ver a la reina Isabel II en diferentes eventos de moda, incluso en desfiles de grandes modistos, acompañada por las personas más influyentes en el mundo de la moda, como Ana Wintour.
De hecho, existe un certificado de proveedor oficial de la casa real británica que reconoce que se trata de una marca de calidad fundada en el país. Firmas como Barbour, Hunter, Launer (su marca de bolsos habitual) o Burberry forman parte de esta exclusiva lista junto a otras tantas que han configurado el guardarropa no solo de Isabel II sino también del resto de miembros de la casa real británica.
Quizás lo que más se ha conocido ha sido el uso que daba a su eterno bolso, de la firma Launer a la que ha sido fiel durante más de 60 años y con el que se comunicaba sin palabras con su equipo. Dependiendo de cómo y dónde colocaba el bolso en una cena, una recepción o un evento, su equipo ya sabía si había que sacarla de una conversación incómoda, si había terminado el tiempo de la recepción o cualquier otro mensaje.
El CEO de la marca, señalaba en una entrevista que la reina británica conservaba muchos de los bolsos que le habían acompañado desde finales de los años 60’ y que en muchas ocasiones los enviaba a arreglar a Launer antes de reemplazarlos por otro.
Los bolsos fueron personalizados para la reina por esta marca británica fundada en Londres en 1940. Diseñaron tres estilos solo para ella y el que solía preferir era concretamente el modelo Traviata que tiene un precio en torno a los 2.100 euros, eso sí incluye un espejo a juego.
Las joyas que portaba en numerosas ocasiones también las utilizaba para lanzar mensajes más o menos evidentes. A veces era sobre todo para comunicarse con su equipo, si tocaba su anillo, si lo hacía girar en su dedo. Otras eran mensajes para el público en general, para sus conciudadanos, como cuando en su discurso de Navidad de 2019 portaba un broche de zafiros y diamantes sobre su vestido color azul marino. Los colores del broche y el vestido eran los colores de la Unión Europea y se interpretó como un gesto simbólico ante el Brexit.
También fue un mensaje cargado de simbolismo la elección de un broche en forma de flor que le regalaron los Obama durante la visita de Donald Trump ya en la presidencia de los Estados Unidos.
La reina ha vestido seda rosa con bordados de peonías, la flor nacional de China, durante su visita de estado a este país y cuando visitó Irlanda lució un vestido plagado de tréboles, la flor oficial irlandesa. Esos gestos han sido una constante en su vestuario y se suelen dar en los guardarropas de numerosas reinas y princesas a lo largo de la historia como deferencia o guiño al país al que se desplazan.
La ropa como su uniforme de trabajo
Quizás este sea el punto más simbólico y más trabajado en el guardarropa de Isabel II, cómo ha sabido interpretar y hacer ver que ella era una trabajadora en sus actos públicos y cómo ha tratado de que el pueblo lo entendiera de ese modo.
Quizás ese haya sido parte del secreto de su longevo reinado y del apoyo que ella como reina ha tenido en todo el país durante todos estos años y a pesar de los “annus horribilis” que ha padecido la monarquía británica en todo este tiempo.
Los paraguas siempre tenían que ser transparentes. Se ha mantenido fiel al mismo modelo de paraguas transparente de la marca Fulton con una banda en el borde que combinaba con el color de la indumentaria que llevara ese día.
Los paraguas tenían que ser transparentes para que todos pudieran ver su cara, su gesto, su expresión, su presencia en definitiva. Un símbolo más de cara a su pueblo.
Los colores de sus trajes debían ser llamativos. Si la reina estaba en un acto no podía pasar desapercibida, ni para los asistentes, ni para el público en general, ni tampoco para el equipo de seguridad que tenía que verla y localizarla fácilmente en cualquier evento y situación para poder protegerla lo más rápido posible.
La ropa debía ser a prueba de viento. La reina no puede ni perder el sombrero ni la compostura, no se le puede levantar la falda con una corriente de aire. La solución era sencilla, sus faldas llevaban pequeños pesos bien distribuidos para evitar problemas cuando había que “trabajar” en días o zonas de viento.
Los zapatos sencillos, cómodos y discretos. Con un tacón medio tirando a bajo y habitualmente usados por su personal de mayor confianza para evitar rozaduras en las interminables recepciones en las que le reina tenía que mantenerse de pie mientras saludaba a todo el mundo.
La firma británica Anello&Davide, fundada en 1922, fue la encargada de fabricar a mano, en su establecimiento de Kensington, los zapatos de la reina Isabel II a lo largo de su reinado. Unos zapatos que están en torno a los 1.200 euros dependiendo del modelo elegido.
Los sombreros y los guantes son la evidencia de que está trabajando. Siempre combinados con la chaqueta o el abrigo se convirtieron en firma de la casa. El ala no debía tocar el abrigo ni podía entorpecer la visión de la reina o hacer que no se la viera a ella por parte del público o de los asistentes.
A lo largo de los 70 años de reinado se calcula que llegó a portar en torno a los 5.000 sombreros y tocados en los que podían verse plumas, flores o lazos dependiendo de la situación. Su diseñador oficial y favorito fue el británico Philip Somerville.
Los guantes eran obligatorios para Isabel II en la mayoría de sus eventos y no tanto por un tema de etiqueta sino de salud. Se veía obligada a dar la mano a cientos de personas en muchas ocasiones por lo que mediante el uso de guantes se protegía de microbios y bacterias.
Todo estaba cuidado al milímetro como es de esperar en una institución como está sustentada en la tradición y en el protocolo por lo que la ropa de la reina no podía ni debía ser una excepción.