Me encanta la noche y estos son mis motivos

El mundo hay dos tipos de personas (siempre quise decir esto): las que adoran la noche y las que la aborrecen. O más bien, las que adoran dormirla.

La gente diurna suele ser disciplinada, metódica, responsable, prusiana en horarios y cartesiana a la hora de planificar su día a día. Se acuestan a las diez de la noche, pero no a lo loco y de cualquier forma, sino después de haber cenado ligerito para que no “pese” el estómago, de haber dejado preparada la ropa y la agenda del día siguiente, de haber completado la rutina de higiene buco-facial, vaciado esfínteres, leído unas páginas de un libro y haber comprobado seis veces que tienen bien puesta la alarma. Gracias a ese ritual, se despiertan pronto, pletóricos y llenos de energía.

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Los que gustan de vivir de noche suelen ser improvisadores, vitales, procrastinadores patológicos, soñadores, lectores y creativos, ensimismados, dispersos y despistados. Se acuestan no antes de las doce de la noche, usualmente cuando el agotamiento les empuja literalmente a la cama, otras veces se quedan dormidos en el sofá y amanecen allí de madrugada. Rutinas antes de dormir, las justas e imprescindibles, si es caso. Suelen soñar por la noche. Se despiertan lo más tarde que pueden, luchando contra el reloj. Se levantan cansados y adormilados, generalmente de mal humor, pero se curan cuando toman su (primer) café.

Yo reconozco estar entre estos últimos, pero shhhh… estamos de enhorabuena porque la ciencia dice que los noctámbulos somos inteligentes.

Obviamente, para los que adoramos la noche y postergamos deliberadamente la hora de ir a la cama, salir por la noche es una forma natural de continuar el día, como quien se va de cañas o de gintonics afterwork. Para aquellos a los que les encanta coger la cama con tiempo para invitar al sueño, para aquellos que consideran que las once de la noche es la hora del bostezo, salir a tomar unas copas después de cenar puede devenir una de las mayores torturas.

Pues lo siento, acepto la diversidad pero no os entiendo. Al aparato la mujer que, tras nueve años dedicada a sus vástagos en cuerpo y alma, ha recuperado el gusto por salir una vez al… ¿cuatrimestre?, a pesar de que es un deporte de riesgo. Si bien comprendo que vuestros horarios durante el día sean otros, así como vuestras costumbres y biorritmos, me cuesta asimilar que no disfrutéis de la noche y de sus habitantes.

Por si os ayuda a cambiar el chip y hacer más llevable esa cena de empresa o esa despedida de soltero/a que se prorroga hasta el amanecer, os presto mis gafas de amar la noche, deseando que las encontréis de utilidad. Yo adoro la noche…

1. Porque en ella todos los gatos son pardos

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Efectivamente, los “defectillos” de cada cual pasan desapercibidos. Y esto es una ventaja con doble sentido.

Para nosotros, sujetos activos de nuestra vida, supone que ¡a la mierda los complejos! ¿Que tienes cartucheras? ¿Que no tienes los dientes blanco nuclear? ¿Que se te ha olvidado arreglarte las cejas? Fuera estrés, nadie se va a dar cuenta.

Pero además, los otros también están más guapos. Y no, no todo se debe al alcohol ni a la falta de luz. Se debe sobre todo a que estamos más relajados, a que a medida que pasa la noche vamos soltándonos la faja -en sentido metafórico-, y nos atrevemos a ser tal cual somos, a mostrar nuestra esencia. La vida es más bonita cuando nos quitamos las corazas y los demás lo notan.

2. Porque las sonrisas florecen

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¿Os habéis fijado? Probablemente como consecuencia del punto anterior, el rostro de cada persona se convierte por la noche en una maravilla de la naturaleza. Ahí está el caso de la compañera de la oficina que vive permanentemente con el rictus tieso, y de pronto, descubres al son de “La gozadera” que puede sonreír, y que cuando lo hace, sus ojos brillan. Ya solo con eso la noche ha merecido la pena. Y que llegue el lunes y la veas de otra forma, viviendo del recuerdo. Hay cosas que no tienen precio.

3. Porque las verdades salen a la luz

Todo el mundo conoce el dicho: “los niños y los borrachos dicen la verdad”. Pues bien, la noche crea siempre el microclima perfecto para que las personas no solo se muestren tal cual son, sino que además se sinceren. Habrá quien lo vea peligroso, pero yo me quedo con las ventajas. Si somos nosotros los que nos vamos de la lengua es porque necesitábamos soltar lastre. Sí, es posible que de lo desvelado se deriven consecuencias, seguramente esas mismas que si lo piensas bien estaban tardando demasiado en llegar.

En cuanto a ser el receptor de un sincericidio ajeno, ¡qué decir! La información es poder valiosa, especialmente a la hora de tomar decisiones sobre las personas que quieres en tu círculo y las que no.

4. Porque bailamos (sin llevar mallas puestas)

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“Yo no creería más que en un dios que supiera bailar”. No lo digo yo, lo dijo Nietzsche en Así habló Zarathustra. Y el tipo tenía bastante más autoridad que yo para dar consejos. Al hilo de eso, voy a descubriros una cosa: por la noche, en los bares de copas, se baila. ¡Toma ya! Y bailando segregamos endorfinas, las hormonas de la felicidad. Que sí, amigos del fitness, que haciendo deporte también. Pero aquí lo hacemos sin dolor, sin pagar por ello, en compañía de buenos amigos y al ritmo que nosotros elegimos.

Para mí es un placer hacerlo sola, con mis hijos, o mientras sufro (icir, acudiendo a clases de GAP o de aerobic), pero nada es comparable a bailar con amigos, entre risas, miradas de complicidad y sujetando algo para hidratar en la mano.

Dice Goyo Jiménez que a los tíos no les gusta bailar. Conozco un par de excepciones, pero es cierto que el porcentaje de amantes del baile es entre ellos sustancialmente inferior. Sin embargo, casi todos reconocen que disfrutan viendo bailar a las féminas. Pues ya está, todos contentos. ¡Vámonos!

Y de paso, observemos la manada, lo que me lleva a la siguiente y última ventaja…

5. Porque todo es posible

Porque durante la noche flota algo raro en el ambiente, ¿puedes olerlo? No hablo de estupefacientes, aunque pueda paracerlo, hablo de algo llamado libertad. O al menos algo que se parece bastante a ella.

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Sin hora para llegar a casa, sin hora para salir o entrar a este o al bar, sin obligaciones de hacer o deshacer, con la sonrisa puesta por el vicio de estar alegre, y sin barreras para acercarte a cualquiera y poneros a conversar.

Sssshhh, no hablo de ligar, no. Hablo de acercarte a otro porque sí, porque te da la gana. Porque estás viendo a ese chico con pinta interesante y te apetece preguntarle qué música le gusta o cualquier otra cosa. Y aunque sabes que probablemente pensará que es una excusa que utilizas para acercarte a él con fines libidinosos, a ti te da exactamente igual lo que piense. Ya verá que no, que en realidad solo querías charlar un rato cuando le digas: “bueno, pues un placer chico, yo es que soy más de Sidonie”. Y entonces te querrá presentar a sus amigos, y tú harás un “barrido ocular” para decidir si te interesa más indagar o casi que vuelves con los tuyos.

¿Soy la única persona a la que parece extraordinario entablar conversación con cualquiera sin que te miren raro? Es como recuperar la facilidad que tienen los niños para acercarse un congénere y preguntarle “oye, tú cómo te llamas” y acto seguido ser los mejores amigos. A mí me flipa.

Ya lo decía antes, solo los niños y los borrachos… saben de qué va esto de vivir.

Fotos: Pixabay

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4 comentarios

  1. Me encanta guapa! yo también soy nocturna…vampirita que me llaman jaja
    De hecho puedo estar agotada toda la mañana que conforme avanza el día me voy cargando de energía y cuando se hace de noche ¡no tengo sueño!! me voy a la cama obligada porque si no…

  2. La descripción de diurnos y nocturnos la has clavado!

  3. Aquí otro ave nocturna, reconozco que los diurnos me dan mucha envidia a veces porque como tu dices, su vida es mucho más organizada pero…me gusta demasiado soñar 😉

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