Problemas maternales del primer mundo

Que ser madre es una tarea complicada lo sabemos todas. Que en según qué contextos se vuelve una labor titánica, también. Madres que lidian con la guerra, madres que lidian con el hambre, madres que capean la enfermedad… Aquí ya las hemos homenajeado en reiteradas ocasiones. Pero hoy no toca eso, que es lunes y necesitamos empezar la semana con un poco de humor. Así que vamos a calzarnos unos zapatos mucho más triviales para hablar de otros “problemillas” de madre: Esos dramas maternales del primer mundo que a todas nos perturban.

dramas maternales

Los virus que atacan en bucle

La verdad es que no sé yo qué será mejor: que toda la familia caiga enferma a la vez y “disfrutar” de los males en compañía; o entrar en ese bucle infernal que lleva a todos los habitantes del hogar a enfermar de forma progresiva. Tras tres largos días de fiebre, vómitos, noches en vela con hijo número 1, cuando este empieza a mejorar… ¡Hijo número 2 claudica! ¡Y vuelta a empezar!

Si el virus es resistente, tenaz y os coge cariño porque le ofrecéis un entorno agradable puede que después caigan progenitor número 1 y progenitor número 2 y, a estas alturas, date por fastidiada porque tú siempre vas a ser la última, así que a todos tus dolores has de añadirle el cansancio acumulado en las jornadas previas y, sobre todo, la imposibilidad de pararte a disfrutar de tu enfermedad, pues todos en casa estarán ya como rosas y con ganas de marcha y tú solo querrás morir en el sofá.

Las riñas entre hermanos

A mi me va más el papel de implacable brazo ejecutor que el de juez, así que si hay algo que me da una pereza infinita es tener que mediar en las disputas entre mis hijas. Básicamente porque, si de las ganas me valgo, lo resolvería con la nada didáctica estrategia de hacer carambola con ambas. Pero como que no es plan.

Con el tiempo he aprendido a inhibirme lo máximo posible en sus riñas, pero a veces resulta inevitable la mediación, sobre todo para evitar daños personales. Mi disfraz de casco azul incluye muchas dosis de paciencia y toques de veterano interrogador de la CIA. La tarea es ardua, porque de antemano sé que las dos van a intentar hacerme tragar con su versión de la pelea, que suelen situarse en realidades paralelas y opuestas. También porque de partida asumo que haga lo que haga, decida lo que decida, nunca voy a satisfacer a ninguna.

Podría aleccionaros diciéndoos que busqueis reconducir el conflicto tratando de que sean ellas mismas las que lo solucionen y que cuando lo consigáis resultará muy satisfactorio y enriquecedor para todos. Pero no os voy a mentir. En ciertas situaciones de estrés y cansancio extremo, la mejor estrategia es siempre ponerse de perfil y si puedes endiñarle el marrón a otro, mejor que mejor: “vale más que vayas tú, porque como vaya yo tus hijas/nietas/sobrinas se van a enterar”. (No se lo contéis a mi madre)

Los grupos de whatsapp

¡Anda que no se habrá escrito de todo sobre los grupos de whatsapp de padres y madres! Normalmente circunscritos al cole pero, ¡atención! que también los hay de extraescolares, cumpleaños y cualquier menester que congregue a más de tres infantes. Así que si multiplicamos el número de hijos, por actividades, clases, amigos, etc… nos sale que podemos llegar a manejar casi una docena de grupos distintos, con una o dos docenas de padres cada uno.

Os voy a confesar que hasta hace muy poco yo era inmune. Ni para bien ni para mal. Me molestaban cero patatero los grupos. Que me interesaba lo que decían, atendía; que no, pasaba. Vive y deja vivir.

Pero últimamente ¡ay últimamente! No puedo con ellos. Me molestan todos: los del cole, los de extraescolares, los del trabajo… Pero por qué la gente repite una y otra vez los mismos patrones insufribles. Y si hay una situación que me puede es el “que se mejore”.

Los “noes” en todas sus versiones

Los niños tienen etapas muy simpáticas, otras tremendamente agradables pero, por momentos, pueden desquiciar hasta al más pintado. Se les quiere, pero sobre todo cuando se convierten en auténticas máquinas de repetir un no tras otro a lo único que aspiras es a hacerte el harakiri. Ya os hablé aquí de toda esa retahíla de “noes” que ponen a prueba la paciencia de cualquier padre. “No quiero ir a clase”, “no quiero comer”, “no quiero levantarme”, “no quiero hacer los deberes”… y el más refinado… “¿Por qué no?”.

La hora de irse a la cama

Mi ideal del mundo es un lugar en el que dices “¡Niñas! ¡A la cama!” y mis hijas desfilan hacia la habitación entonando una bonita melodía, con una sonrisa en la cama, me besan y antes de que su angelical cabellera toque la almohada ya estén durmiendo. Pero no. Eso es una falacia.

Da igual que las avise con tiempo, que las deje un ratito más, que se lo pida en verso… Lo máximo que he conseguido es que se marchen sin que las protestas suban de decibelios. A partir de ahí, todo el hermetismo que ha rodeado su día desaparece por arte de magia: quieren narrarme todo lo que ha pasado en el cole, han olvidado meter algo en la mochila, tienen un último chiste que contar, una última meadita que echar y, por supuesto, tienen sed como si hubiesen cruzado el Sahara.

El cambio de armario

De por sí, el cambio de armario es una tarea tediosa donde las haya. Pero cuando el que toca cambiar es el armario de nuestros hijos se van sumando una serie de factores que lo hacen desalentador. El primero, el desorden -que no es exclusivo del armario de los niños, pero que es habitual en él-. Un desorden absoluto que hace que encuentres prendas que creías perdidas, que la ropa salga en ocasiones como pequeñas albondiguillas de los rincones, que no sepas bien si ordenar, vaciar el armario o echar una cerilla dentro y cerrar la puerta.

Después está el runrún cojonero: “eso me vale” (mientras se embute en un pantalón en el que solo entra una pierna), “ves, me vale” (mientras se pone ya violeta, “eso no lo tires” (rescatando cualquier cosa que entra en la bolsa de reciclado), “¡me encanta esa camiseta!” (no recuerdas habérsela visto puesta en meses). Oos recuerdo que yo ya convivo con pre-preadolescentes.

Y, cuando ya crees que nada puede empeorar, llega el drama de sacar la ropa de invierno/verano de la pasada temporada y descubrir con espanto que TODO SE HA QUEDADO PEQUEÑO y que tocará apoquinar mucho más de lo que contabas: zapatos, anoraks, pantalones… ¡nada de nada!

Estos son mis dramas maternales. Seguro que alguno (muchos) se me queda por el camino. ¡Venga! Saca tu vena más ácida y cuéntanos los tuyos.

María L. Fernández

Soy María Fernández. Mujer, madre, amante, amiga y periodista en permanente propiedad conmutativa. No sé vivir sin contar historias. Las mías, las tuyas, las de los demás. Nunca sabrás si voy o vengo, pero cuando te hablo ten la seguridad de que lo hago de forma honesta, porque no sé hacerlo de otra manera.

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3 comentarios

  1. Como si fuera mi vida misma.
    Muy bueno el artículo.
    Gracias y un saludo

  2. Jajaja María, me he disfrutado mucho tu artículo, la parte de la enfermedad es la que más sufro en mi casa, cada vez que llega la época de lluvia siempre pido 2 cosas al cielo, que nadie se enferme o sino que nos enfermemos todos de una vez, porque ese círculo como tú dices de que cae uno y luego el otro es mi peor pesadilla, termino yo más cansada que de costumbre y de un humor que ni te cuento. Saludos y fuerza!

    1. Es como vivir en bucle!!! Me alegro de que al menos os haya consolado mi artículo…

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