La constante prisa vital

No sé yo si es porque conforme uno cumple años la vida se acelera o porque realmente han cambiado las cosas, pero hace unos años no tenía esta sensación de que el tiempo me empuja. Sí, es verdad, cuando uno tiene diez años los veranos son eternos, no se acaban nunca. Un campamento de verano dura una vida, forjas amistades por las que te partirías el pecho (bueno, al menos hasta dentro de unos meses) y lo vives todo con una intensidad de la que se carece cuando te haces mayor.

Ahora quince días apenas te dan para ir al trantrán. Ansías que llegue el viernes y cuando pasa, el fin de semana se te escapa de los dedos como si fuera la arena de la playa, o, en una comparativa más actual, como tu sueldo a la que te descuidas. Y así día tras día, tras día. A mí el tiempo me empuja y no tengo claro por qué.

Sin embargo, eventos que antes eran puntuales se han alargado hasta la extenuación. Que estás en la playa, bajo la sombrilla con tu libro y tus lorzas al aire y te machacan con el Gordo de Navidad. ¿En serio? Pero es que aún no te has quitado el pareo y tus pies no se han acostumbrado a la dureza de los zapatos que ya está la vida diciéndote ¡Halloween!¡Halloween!. Y venga a hacer truco trato, buscar pelucas, decorar tu casa no vaya a ser que no llegues, así empieces en septiembre.

Esta semana (aún no ha pasado Halloween cuando escribo esto) te encuentras en un montón de páginas liquidaciones de calabazas, esqueletos y cosas de este estilo varias. Y lo que es peor, en la oficina donde trabajo puedo ver como han montado ya todas las luces de Navidad de la calle. Sí, es verdad, yo soy una cagaprisas de la vida y comienzo con la caza del regalo perfecto con muchísimo tiempo, pero ¡en serio! ¡dejen de atosigar!.

¿Black Friday? ¿Cómo que Friday? ¡Seamos serios! El black Friday está durando como cosa de un mes, entre el viernes, el fin de semana que se alarga y el lunes resulta que es el cibermonday. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pues lo extendemos una semana, quien dice una semana dice un mes, y ya tenemos otra excusa más para celebrar cosas.

Navidad

Adoro la Navidad, de verdad. Pero llego con la lengua fuera y lo peor, que al final han conseguido que deje de ser todo especial. Porque cuando siempre hay algo, resulta que de único no tiene nada.

Y me da rabia, mucha, de hecho. Antes esperaba con ilusión los regalos no tanto por lo que eran sino porque era toda una ceremonia comprarlos, ponerlos, desenvolverlos, sorprenderte. Pero, so pena de convertirme en el Grinch, es que como tenemos cosas todos los días cada vez es más difícil sorprender a nadie. ¿Cómo hacerlo, si tenemos de todo? ¡Si siempre hay una excusa para comprar, para celebrar, para hacer!

A mí me da mucha rabia porque creo que esto es como la comida basura. Alargar las fiestas y las celebraciones sacia las ansias que tenemos de cosas diferentes … pero al final son calorías vacías. Como llegan, se van. O se te quedan en las cartucheras para siempre, váyase usted a saber.

A lo que me refiero es que este constante empujar este constante celebrar cosas todo el tiempo te hace gracia al principio porque es la novedad. Pero igual que no soportaría vivir en un lugar con un clima constante (vengo de la tierra del Ebro donde aquí no hay término medio, ya me perdonaréis) tampoco llevo bien este despiporre, este encadenamiento de una cosa con otra. Necesito AIRE.

Y mientras tanto planeo cómo y cuándo colocar mi árbol de Navidad. Benditas sean mis contradicciones internas.

Sara Palacios

Soy Sara Palacios, aunque en la red muchos me conocen como Walewska, mi nombre de guerra. Soy curiosa, inquieta, seriéfila, gafapastas y a ratos pedante. Los que me conocen dicen que tengo mucho sentido del humor y yo no sé si soy graciosa o no, pero que me gusta reírme continuamente es un hecho. ¡Soy una optimista incorregible!

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