Siempre son los hijos de los demás

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Aquí estás tú. Aquí estoy yo. Las dos igual de preocupadas por si alguien está acosando a nuestro hijo sin que nos enteremos. Hay días que vuelve triste del cole. Como abatido. Puede que solo sea cansancio pero a ti, como a mí, te preocupa que tu hijo pueda ser víctima del acoso escolar y estás atenta a cualquier señal.

Lo cierto es que en un momento dado, mientras tú y yo nos tomamos un café, mi hijo va a chinchar al tuyo o el tuyo al mío. Dos críos normales, amorosos, con dos familias perfectamente estructuradas y básicamente buenos… Es así de simple. Así de pequeñito es el inicio. Una pequeña burla inocente que puede desencadenar un alud. Y ni tú ni yo sabremos de dónde viene eso. No lo sabremos porque puede que no venga de tu casa, ni de la mía… El mundo está lleno de padres preocupados y entregados (que dan la vida por sus hijos) y cualquiera de ellos, cualquiera de esos niños, puede convertirse en un instante en la pesadilla de otro niño. Increíble, ¿verdad?

No, mi hijo no

¿Te has parado a pensar qué pasaría si tu hijo precioso, chistoso, simpático, cariñoso (que con dos años te pidió en matrimonio) fuera el que la hace la vida imposible a otro niño? No. No puede ser. No será para tanto. Miras a tu criatura… Lo viste nacer, conoces sus debillidades y sus miedos… Eso ha de ser una exageración. ¿Cómo puede mi peque, que es un amor, hacer sufrir a otro? Y te niegas a creerlo. TE NIEGAS A CREERLO. Ha de ser una exageración del otro nene… o de su madre que es un tanto especial. Ahí reside el mal. Ahí es donde, sin darnos cuenta, empezamos a minimizar el acoso y agrandarlo a la vez. Justo en el punto en que podríamos detenerlo.

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El arrepentimiento de Caín. (Henri Vidal, 1896)

¿Caín y Abel?

Cuando tienes un hijo tímido y apocado, tiemblas cada vez que te dice que no quiere ir al cole. Si es un malote respondón, respiras aliviadada y te sientes a salvo… Tiene mucho carácter (y tu trabajo te cuesta lidiar con él) pero, por lo menos, sabrá defenderse y no le harán sufrir. ¿Seguro?, ¿seguro que puedes despreocuparte en este punto porque a ti no te atañe?

Mira que tal vez no se trate de educar niños que sepan defenderse sino de criar a nuestros hijos para que no sientan la necesidad de agredir al débil. Esta historia es más antigua que el ir a pie. Tal vez sea hora de dejar de regirnos por esta ley ancestral. Ya no vivimos en la jungla. ¿Pero de qué hablo? ¡Si esa es la base de nuestra sociedad! Si en realidad, todo gira en torno a eso! Todo gira en torno a…

La ley del más fuerte

El más fuerte gana. Siempre. Unos se fortalecen antes que otros. Crear duricias es parte del crecimiento. En todas partes se establecen relaciones de poder. De abuso de poder. Si un país somete a otro, si tu jefe te trata con prepotencia, si un hombre abusa de la mujer que lo enamoró… ¿cómo un niño que se siente fuerte no va a abusar de otro al que percibe como débil? Es el deporte mundial por excelencia. Nuestros hijos no crecen en una burbuja. Son el reflejo de todo lo que acontece en su entorno.

Lo que no te mata te hace fuerte. Sí, pero… ¿cuál es el precio de esa fortaleza? El sufrimiento. A menudo, el sufrimiento atroz. ¿Aprender a vivir en sociedad tiene que conllevar forzosamente semejantes embestidas?

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¿Dónde termina el juego? En el punto en que alguien deja de divertirse con él

“Ese niño…” puede ser el tuyo

Nos sublevamos al pensar que alguien pueda maltratar a nuestro niño. Todos hablamos airados de “esos niños” maltratadores. En qué “estarán” pensando, no se “dan” cuenta del daño que hacen… blablabla… siempre en tercera persona porque, claro, “esos niños” (los niños “maltratadores”) siempre son los niños de los demás ¿verdad? Los tuyos jamás harían algo así. Pues esa ceguera es terrible. El problema no es ÚNICAMENTE que los padres no sepamos ver los signos, si nuestro hijo es acosado. El problema es no saber detectar ADEMÁS lo contrario. No saber hablar con contundencia a nuestros hijos en ese primer instante en que la duda nos asalta. “BASTA. ESTO NO LO VOY A TOLERAR”. Parafraseo a una amiga que comentaba cómo se enfrentó a su hija en cuanto intuyó que hacia sufrir a otra. Y ese intuir subrayado no es casual, sino que denota la precocidad de la intervención. Precisamente, ese es…

El placaje a tiempo

Ahí es donde hemos de poner nuestra atención. En detener cualquier tipo de agresión de raíz y en el origen. No hace falta que sea física. Una mirada de reojo y una sonrisa malévola pueden ser mas hirientes que dos bofetadas. Una humillación velada duele más que una patada en la espinilla porque no te daña el hueso. Te daña el alma. Lo más profundo de tu ser. Y es tal el dolor que ni siquiera lo puedes verbalizar.

El niño acosado va al cole con un nudo en la garganta. “¿Y por qué no habló?, ¿por qué no lo contó?” -dirá la gente. Pues probablemente porque el terror lo paraliza. Porque el dolor que le causa ese nudo en la garganta es tan intenso que no le permite articular palabra. No le permite respirar, ni comer. Y porque si logra hablar, alguien habrá que minimice el problema con un “bah, cosas de críos”. Sentirá entonces que no sabe gestionar algo que para los demás es simple. Y es entonces cuando se traga tu dolor… y se atraganta con él.

¿Exclusividad?

Parece que si algo es exclusivo es más chulo, mejor… sólo para unos cuantos elegidos. Pues bueno, la exclusividad es una mierda. La exclusividad contiene el término exclusión que significa ni más ni menos que “dejar a otros fuera”. De ese mundo fantástico y exclusivo es de donde vienen muchos de nuestros grandes males.

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“Voy a protegerte siempre. SIEMPRE.”

Dar con el acosador

Ardua tarea. A veces, se puede concretar en una, dos o tres personas pero, a menudo, “el acosador” no es nadie. No es nadie en concreto y lo somos todos en general. Somos todos los que callamos por miedo a ser señalados. Somos todos los que toleramos que los demás hablen a gritos. Somos los que gritamos. Somos los que, por salvarnos del escarnio, nos hemos reído de los demás. Somos los que nos crecemos ante las lágrimas ajenas. Los que nos creemos inmunes al dolor. Los que no sentimos piedad. Somos los que decimos “yo no fui, fue ella”. Somos los que decimos “yo jamás haría algo así.” Somos los que decimos “mis hijos son diferentes porque los crío de otra manera”. No me jodas. De verdad. Todos somos víctimas en potencia. Todos somos verdugos en potencia. El equilibrio es tan inestable…

Te crían con apego. Eres acosada durante un curso escolar. El nudo en la gargante te impide defenderte, te impide comer, te impide incluso hablar para contarlo. Superado ese capítulo (y con tus cicatrices todavía frescas) te pasas al lado oscuro (puede que por pura supervivencia) y, durante una temporada, fastidias a otra criatura hasta que comprendes que te has convertido en el monstruo del que huíste.

Seamos honestos. Porque esta sociedad de mierda la formamos tú y yo. Tu hijo y el mío. La formamos todos. Así que amigas… autoestima, sí claro. Reforcémosla a tope. Pero todavía más importante: empatía y respeto.

Sigamos volando hacia mundos utópicos pero ¡eh! dicen que los planetas van a estar alineados hasta finales de febrero. Igual es buen momento para cambiar el mundo.

Imágenes: Pixabay, excepto Caín, extraída de Wikimedia Commons

Nuria Puig

Mi nombre es Nuria pero, donde vivo, tienden a llamarme Julia. He tirado la toalla y, si me llamas Julia, también me giraré. He trabajado en construcción y en educación pero lo que hace que me olvide de comer y de beber es: escribir. Voy por la vida con Gorro y a lo Loco

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27 comentarios

  1. Por supuesto no te falta razón, partimos de esa base y no voy a enfatizarlo más, que ya lo explicas muy bien. Pero nos estamos olvidando de una cosa.
    Nos centramos en el acosador y en la víctima, pero según lo que llevo leído, lo que marca la diferencia son los otros. Los que no son víctimas ni verdugos. Los que miran y no dicen nada. Los que miran y se ríen y no dicen nada. Los que no miran y no dicen nada. Los que lo dejan pasar.
    No digo que en nuestras casas no tengamos que actuar para prevenir que no sean unos matones, pero la clave para desactivarlo en los centros escolares es que los otros dejen de pasar para actuar. Algo tendremos que hacer en casa también.

    1. Sí. Es eso.
      Tenemos que empezar a implicarnos en las cosas que suceden en nuestro entorno.
      NO es una intromisión intervenir, cuando vemos que alguien se está excediendo con otro. Es nuestro deber. El miedo nos puede. Hay que alzar la voz.

      Fíjate, igual suena tonto pero los animales lo hacen muy bien. La manada protege al individuo. Entre los humanos… los individuos a menudo quedan a su suerte. Y eso es lamentable. No aprendemos que, a pesar de que un individuo puede marcar la diferencia, el grupo tiene más fuerza.

      Combatir el acoso es misión de TODOS.
      Muchas gracias, Madreconcarné, por compartir tu opinión con nosotras!
      Un saludo!

  2. De lo mejor que he leído sobre el tema, ya que para mí va unido el miedo a que mis hijos sean maltratados con el miedo a que sean maltratadores. Por supuesto que intento educarles para que no suceda, pero como imagino que lo habrán intentado esos padres que ahora lo padecen, en un lado y en otro. Cuando algún comentario intento incluir las dos posibilidades, porque nadie espera verse en ninguna, pero si sucede no sabes en cuál te puede tocar.
    Tolerancia cero ante el mínimo gesto de odio, chulería o humillación de tu hijo hacia otro. Y lo que tengo claro es que hay difícil solución mientras miremos hacia otro lado y carguemos la responsabilidad en los demás. Eduquemos a nuestros hijos para que ellos tampoco miren hacia otro lado.
    Un post genial Nuria.

    1. Muchas gracias, Noelia.
      Como bien dices, se trata de trabajar unidos y dejar de resposabilizar a los demás. Esa es precisamente la idea que intentaba transmitir. Somos todos. Somos todos con cada uno de nuestros gestos, por ífimos que puedan parecer.

      Al fin y al cabo… todo comienza con una bromita. Hay que ser capaz de trazar una línea. La línea a partir de la cual esas “bromitas” conllevan al exceso, al abuso, al acoso y derribo de otra persona… Creo que todos sabemos de qué estamos hablando.

      Un abrazo y gracias por compartir tu pensamiento!

  3. Genial tu comentario. Ayer cuando leí lo de Diego pensé en que hay que reforzar la autoestima en casa pero que eso no era suficiente. Tienes toda la razón, también hay que reforzar la empatía y el respeto, para que nuestros hijos no sean maltratadores o consientan los maltratos a otro niño sin decir nada. Lo comparto por Facebook para que llegue a más padres.

    1. Muchas gracias, Limonerías!

      Sigo dándole vueltas y pienso que tal vez no siempre sea empatía lo que nos falte… sino el valor necesario para encararnos con la persona que se excede, el valor de exponernos!
      Especialmente para un niño es muy difícil. Muchos participan del acoso de manera velada, riendo una gracia del matón por salvarse ellos, por no ser la diana de las burlas. Si un niño es el objetivo de las chanzas, los demás se sienten a salvo. ¿Quién quiere alzar la voz y correr el riesgo de cambiarse por él? ¿Verdad?

      ¿Cómo podemos los adultos, con nuestro ejemplo, mostrar que uno ha de correr riesgos de ese tipo? ¿Cómo transmitir que vale la pena alzar la voz a riesgo de salir “perdiendo” nosotros como individuos? ¿Cómo transmitir que es necesario luchar por el bien común, aunque eso vaya en detrimento del bien propio?

      Creo que tenemos frente a nosotros un largo camino por recorrer.
      Un saludo y gracias por comentar!

  4. María Dolores Pujalte

    Demoledor, injustificable muy bien explicado……pero no puedo pasar por alto otra realidad a la que deberíamos prestar un poco de atención.
    ¿Que hacemos cuando un niño es acusado de un maltrato que no cometió?
    ¿Porque hay niños, tímidos o no, que tienen la necesidad de sentirse protagonistas aunque eso implique causar dolor?
    Hay que estar atentos porque también ocurre que nuestro niño apocado se puede convertir en la pesadilla de otro niño menos débil, pero no por eso culpable.
    Lamentablemente el problema sigue ampliándose y algunas víctima se convierten en implacables verdugos.

    1. Precisamente, lo que dices es muy ilustrativo de la complejidad del tema.

      Nos empeñamos en querer trabajarlo/solucionarlo en nuestros niños pero pienso que, en realidad, es en nosotros mismos donde tenemos que trabajarlo.
      No nos engañemos. Los niños siguen nuestro ejemplo. No digo exclusivamente lo que perciben en casa. Me refiero a lo que perciben en su entorno que incluye por supuesto todo lo demás: escuela, televisión y otros medios audiovisuales a su alcance, los libros que leen (o los que no leen), la gente de la calle, las conversaciones en el transporte público…
      De todo ese input ellos forman sus ideas por eso no creo que el problema sean “esos niños” (y ahí metemos a cualquier niño que esté fastidiando a otro) sino todos nosotros como sociedad.
      Mientras sigamos pensando que son los demás los que tienen que cambiar algo, vamos mal.
      Un abrazo, Maria Dolores, y muchas gracias por compartir tu pensamiento aquí!

  5. Duro pero maravilloso me ha encantado, enhorabuena. En esta labor difícil de educar esta es la que me parece más importante y difícil, el saber inculcarles la empatía y respeto por los demás y el tener la valentía de ser valientes y dar un paso adelante cuando vean sufrir a alguien. Gracias por hacernos reflexionar y pararnos a pensar.

    1. Gracias a ti, Marta, por ese feedback tan alentador. Un abrazo!

  6. Muy bien enfocado, sin duda. Llevo días dándole vueltas precisamente a eso, al papel del acusador, del entorno, de los padres, de la escuela…

    Tal vez en casa seamos capaces de identificar sólo cuando es muy evidente. Seguramente tampoco seamos capaces de ser imparciales, pues conocemos sólo una parte, justamente la menos objetiva para nosotros. Quizá en el colegio sea donde haya que trabajar más de cerca, conociendo todas las partes, no para juzgar, sino para ayudar a trabajar el tema desde todos los focos: el que acosa, el que es acosado y el que observa y no interviene.

    Evitar a toda costa dejar que lo resuelvan ellos con eso de que “esto es lo que se encontrarán allá fuera”. Porque “allá fuera” encontrarán lo que creemos hoy “allá dentro”, ¿no?

    1. No puedo estar más de acuerdo contigo, Neus. Allá afuera encontraremos lo que creemos “aquí dentro.”
      Dentro de casa, dentro de la escuela, dentro de nuestras cabezas…
      ¿Por qué tanta violencia?

  7. Hola Nuria, creo que el acoso escolar hay que enmarcarlo en una guerra más amplia: la guerra de todos contra todos: http://www.lasinterferencias.com/2016/01/22/la-guerra-total-en-una-sociedad-sin-vinculos/

    Un saludo,

    Tania

    1. Justo, Tania. Violencia de todos contra todos. ¿Por qué estamos todos tan a la defensiva? Todos tan inseguros de nuestras posiciones que hemos de derribar al otro para sentir que podemos seguir en pie…
      un saludo triste

  8. Hay un párrafo donde hablas del nudo en la garganta y el “por qué no dijo nada” que me llevó a compararlo con una mujer maltratada. Ese maltrato sutil, que empieza pareciendo una tontería, que te hace sentir mal y no sabes ni porqué, porque no es para tanto. Y más adelante la pregunta de “por qué no le dejaste?”.
    Solo que los niños tienen menos recursos emocionales, el acoso muchas veces es difuso, viene de todos pero no viene de ninguno.
    Es complejo el problema. Empatía y respeto propones, tan fácil tan difícil…

    1. Pues sí. Lo resumes muy bien. Es una bola de nieve que empieza pequeñita y en un momento dado se vuelve imparable y es difícil detectar ese momento en que uno pierde el control de la situación. Tan fácil, tan difícil…

  9. Que texto tan cierto. Mucha razon llevas. Dejar pasar esas pequeñas burlas sin inportancia es dejar crecer esa montaña de granitos de arena. He sido diana de burlas y me he burlado. Nadie se salva. Y los.primeros somos nosotros como padres que jamas debemos burlanos de un hijo. Ni en un tono de broma que no comprenden ni en forma de adjetico despectivo. El mundo necesita mucha mas dosis de empatia, una virtud que esta muy perdida. Un abrazo!

    1. Muchas gracias, Lai. Exacto. Nadie queda libre de culpa. Es trabajo de todos modificar nuestras conductas, que a menudo nos parecen inocuas pero no siempre lo son.
      Un abrazo!

  10. Gracias Nuria! La verdad que coincido plenamente y justo lo pensaba el otro dia…siempre escuchamos a la que dice con orgullo “él tiene carácter, se va a saber defender” y justamente su hijo es el que molesta, pega y agrede a los otros…no será mas fácil que las madres de los “acosadores” se pongan las pilas y empiecen a ver como actúan sus hijos en vez de que nosotras, las del niño que se queda quieto para recibir un insulto o un golpe, estemos siempre como guardaespaldas?Mi niño tiene 4 años…sinceramente apenas me estoy relajando con el tema ya que ha entrado a una escuela Waldorf y ya hemos hablado del tema y me gusta como se manejan y están al pendiente….hasta ya me han dicho que lo bueno es que mi hijo avisa cuando se siente molestado, llora pero lo avisa….que el problema es cuando el niño se queda calladito y no cuenta nada. Saludos desde Playa del Carmen, México!

  11. A mí me aterrorizan ambas cosas la verdad. Ojalá no tenga que enfrentarme a ello nunca, aunque ya he tenido un amago de acoso hacia una de mis hijas y me dio bastante miedo el tema. No quiero ni pensar estar al otro día y no ser capaz de verlo…como tú creo que es labor de todos combatir el acoso, no callar, no permitir ni media con esto. Ojalá que de algo tan horrible como lo que acaba de pasar salga al menos la conciencia de que debemos unirnos contras estas situaciones.

  12. Es excelente esta reflexión. Y es difícil encontrar a personas que observan y reconocen que estas cosas pueden tocarnos de muchas formas y que no solo puede que tengamos a alguien que sufre en casa, sino que puede ser nuestro hijo el que causa sufrimiento a otros. Y esa reflexión es fundamental para cambiar las cosas, o al menos hacer nuestro mejor esfuerzo por intentarlo.

    Hace muchos años mi madre me castigó porque porque una niña se había caído y en vez de ayudarla a levantarse, como los demás se reían de ella, yo no fui a ayudarla sino que me quedé con los demás mientras ella lloraba y se frotaba la rodilla en el suelo. Mi madre lo vio y al llegar a casa me regañó y me castigó porque no estaba bien reírse de alguien que necesitaba ayuda.

    Unos años después mi madre sufrió una caída en la calle bastante seria y se rompieron sus gafas. Yo lo vi de lejos y para mí fue una lección de vida ver que a ella la ayudaron a levantarse y la acompañaron hasta que llegué yo a su lado para acompañarla a casa, porque sin gafas es prácticamente ciega. Me hizo recordar aquella anécdota de la infancia y agradecí que haya bondad en el mundo y que ella me haya enseñado en ese momento tan temprano de mi vida a respetar a los demás y a tener empatía y sensibilidad por quienes me rodean. Y espero enseñar lo mismo a mis hijos y seguir su ejemplo.

    1. ¡Muchas gracias, María José, por contribuir al post con esta historia tan gráfica y ejemplar! Me encanta la manera cómo has cerrado el círculo enlazando tu historia con lo que luego le sucedió a tu madre. Es como si aquel día hubiera vuelto a ella la bondad que un día cultivó en ti. Me encanta la idea de que el bien que hagas a un desconocido, puede volver a ti en otro lugar y en otro momento de manos de otro desconocido. Un saludo!

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